La Era del Quilco
Saga de:
Los Guerreros del Sur
Capítulo 1
El Exilio
de danak
.
. .a Biteosh, el Señor de los simiombres, el incansable paso de los años le
hizo perder el brillo que sus ojos repartían. Su gran y próspero legado fue
consumido por el correr de las edades, su sabiduría, su magnificencia y su
mente abierta se recordarán por todos nosotros a través de nuestros herederos y
su legado; perdurará por los siglos venideros.
Así culminó Ruyck de ensayar su
discurso. Discurso que estaba preparando para dar en conmemoración del quinto
aniversario de la desaparición física de aquel viejo y sabio rey.
Para ese periodo de la historia,
Ruyck, hijo menor de Biteosh, llevaba
cinco años en el trono de los simiombres. Danak por su parte, para esa época,
continuaba siendo el Comandante en Jefe de las Legiones del Reino. Ejército que
el mismísimo Ruyck se había encargado de potenciar y fortalecer en forma casi
desmedida; según sus dichos todo eso era a causa de la Gran Guerra vivida hacía
diez años atrás.
Si bien en la ciudad de Kubbláh
la vida transcurría sin demasiado apuro, Danak observaba con extraños
sentimientos los movimientos y maniobras que algunos de los colaboradores de su
rey hacían dentro y fuera del palacio. Hasta llegó a preguntarle al propio
Ruyck sobre esos incesantes cuchicheos y éste, a desgano como siempre le
respondía que eran cosas de viejos ediles quedados en el tiempo. Esas respuestas
nunca lo satisficieron, al contrario, le causaban un mayor pesar, por que él
observaba como aquel pacífico reino que Biteosh había construido se iba
convirtiendo, paso a paso, en una potencia belicista y de intrigas
parlamentarias.
Una noche al llegar a su choza. .
.; la cual se ubicaba encaramada sobre una gran horqueta de un gigantesco
árbol.
La morada de Danak, como la de
todos los simiombres estaba construida con hojas de palma y una rara mezcla de
barro y hojarasca seca lo cual permitía que se pudieran erigir las paredes en
forma circular, sosteniendo un techo cónico. Éste tipo de edificación hacía que
estas chozas sean muy livianas y muy acogedoras para sus moradores.
. . .Al entrar a la misma Danak
dejó su espada sobre la mesa, recuerdo eterno de aquella sangrienta batalla con
el maligno; arriba de ella acomodó su cerbatana, recuerdo también de su
entrañable amigo Gaudin, fallecido en aquel último y espeluznante combate; luego
se sacó la capa verde que lo distinguía como el Comandante en Jefe de los Legionarios
y se sentó pensativo en su más cómodo sillón.
A la hora exacta de haber estado
sentado mirando por una de las ventanas laterales de su vivienda, quién sabe qué,
vio aparecer a su hermana menor. Cebrían, era la que debía llevar adelante los
quehaceres y obligaciones de dicho hogar; pues su hermano mayor casi nunca
estaba presente.
Al verlo sentado y meditabundo
Cebrían le preguntó lo que decenas de veces le había preguntado:
-
¿Ya estas encerrado en tus historias pasadas?
Danak pareció no haberla
escuchado, es más, intentó persuadirla con un leve suspiro de incomodidad y
fastidio, pero como si eso hubiera sido un desafío la voz de su hermana se
volvió hacer oír:
-
¿Te he preguntado si todavía sigues viviendo del
pasado?
Con desgano Danak volvió de un
mundo que él solo sabía donde se encontraba y fue ahí que con una voz casi
paternal que le respondió:
-
No hermana. Esta vez no.
-
¿Entonces? –le preguntó Cebrían, intentando sacarle
algo más que esa simple respuesta.
Danak la miró, sé reacomodó en su
viejo sillón y con voz cadenciosa respondió:
-
Hermana mía. Esta vez no tengo mi mente en épocas
pasadas, lo que me preocupa es el hoy, el ahora y en lo que se convertirá el
futuro.
Cebrían no supo que decir al
respecto y se lo quedó mirando.
Si bien su hermano se perdía
horas enteras inmerso en su soledad recordando los duros acontecimientos
vividos en el pasado y añorando personas que antes estaban y en ese momento
eran historias, esa fue la primera vez que ella escuchaba de la boca de su
hermano hablar del futuro; pero también un poco agotada de sus cambios
permanentes de temperamentos intentó comenzar a cuestionarlo, como tantas veces
lo había hecho. Pero sin querer, o queriendo, apareció Ñack reafirmando y
fortaleciendo las dudas de su sobrino.
Ñack era la tía política de Danak
y Cebrían. Nadie por cortesía y buen gusto le preguntaba su edad; pero en su
rostro y en su andar se notaba que sobre ese cuerpo simiesco habían pasado
muchos más años de los que sus sobrinos pudieran recordar. Lo que sí ellos
recordaban, era que en sus años mozos y cuando ellos no aún existían, el amor
la embelesó y la hizo unirse en pareja con el tío materno de éstos.
En
épocas pasadas, cuando Danak era un jovencito y Cebrían una bebé, los
Selváticos en esas incursiones que ya los tenían acostumbrados dieron muerte a
su amado esposo y a los padres de Danak y Cebrían. La vieja Ñack para esa época
era todavía joven y fiel a su esposo y como no había podido tener hijos adoptó
como suyos a sus sobrinos y los crió como si hubieran salido de su propio
vientre.
Si
bien el rostro de Ñack dejaba ver que los años habían hecho muy bien su trabajo;
todo dejaba entrever lo delicada y bella que había sido en su pasada juventud.
Tal era su belleza que al quedar sola, el mismísimo Biteosh la había intentado
cortejar. Pero basada en las enseñanzas que sus padres le habían inculcado
desde niña y por respeto a su difunto marido jamás se dejó seducir; pero todo
eso no amilanó el ánimo de Biteosh y jamás perjudicó la férrea amistad que
entre ellos se fue forjando con el paso de los tiempos. Tan fuerte fue su
amistad y tan sabios eran los concejos que Ñack le daba, que muchas de las
decisiones tomadas por aquel viejo y sabio rey; como por ejemplo ir a la guerra
contra el despiadado Elem, fueron sugeridas y discutidas con ella a solas. Todos
con el tiempo empezaron a respetarla y a quererla en el Pueblo de los
Simiombres; y el apodo de vieja no era por su edad, sino por lo sabias que eran
sus palabras cuando alguien le pedía una consulta y ésta le respondía.
Por
eso cuando Ñack entró y dijo que Danak tenía razones valederas para sospechar
del sombrío futuro que sé avecinaba y por el mal presente que se vivía, Cebrían
molesta por esos comentarios preguntó:
-
¿A ver si me
explican a que se deben todas esas dudad y sospechas? Justo unas horas antes de
la conmemoración de un nuevo aniversario del fallecimiento de nuestro viejo rey
Biteosh.
-
Justamente –dijo
Ñack–, hace cinco años que nuestro gran rey nos ha abandonado y hace exactamente
cinco años que su hijo nos está gobernando. –Aclaró con mucha parcimonia en su
voz.
-
¿Y todo eso que
tiene que ver con el futuro? –preguntó
con énfasis Cebrían, mientras se paraba de su silla y se apoyaba vehementemente
sobre una de las cabeceras de la larga mesa que adornaba el interior de la
choza.
-
Tú eres una
muestra cabal del cambio –replicó Danak
pausadamente y sin retirar la mirada de la ventana.
Ese
comentario y el tono de voz que su hermano había utilizado, hizo que Cebrían se
contuviera por un momento.
-
Recuerdo un
pueblo pacífico, solidario, alegre, con principios y por sobre todo educado –comenzó
a decir Danak–; pero desde que Ruyck está sentado en el trono de Biteosh
nuestro pueblo se está convirtiendo en uno guerrero y belicoso. . .; sin
necesidad alguna.
-
Pero te recuerdo
hermanito que fue Biteosh quien formó el Primer Gran Ejercito de los Simiombres
y de ese ejército tú formaste parte –expresó Cebrían en directa defensa de su
actual rey– y si mal no recuerdo también lo mantuvo hasta el día de su
defunción. Es más, todavía tú eres integrante de ese círculo.
-
Así fue y así es
–explicó en voz baja Ñack, al tiempo que les llenaba las vasijas con una
especie de guiso hecho con carne de pecarí, vegetales silvestres y tubérculos; pero
a la vez agregaba a su comentario–, Biteosh creó un ejército con un propósito
mucho más valedero que el que hoy se esgrime.
-
¿Y ahora qué, no
hay un propósito?, ¿o acaso nuestra seguridad no cuenta para nada? –replicó ofuscada Cebrían.
Ya
sentado a la mesa y luego de degustar el primer sorbo de caldo de aquel
delicioso guiso, Danak sin levantar su mirada de la vasija expresó:
-
Hermana. Tú estás
hablando de seguridad y te olvidas, o no quieres recordar, que yo soy el Comandante
en Jefe de los Legionarios y como tal me amerita hacerte esta pregunta. ¿Qué
sabes tú más que yo?, ¿y de que enemigos debemos estar alertas?
El
silencio fue el acompañante de esa pregunta y como no tuvo respuesta alguna
Danak continuó señalando:
-
Los Selváticos ya
no existen o por lo menos ya no viven en estas selvas; al norte tenemos pueblos
amigos como los de Caixa y Ceilaan; Al sur Kokeshke y Shía, al este se
encuentra la inmensidad del Mar del Este y al oeste la cordillera. Sabiendo de
entrada todo eso ¿De qué enemigos nos debemos cuidar?
-
Yo creo que todo
lo que hace Ruyck esta bien –respondió en
tono caprichoso Cebrían, intentando que la conversación termine ahí, en ese
instante.
Mientras
la joven simiombre se aprestaba a saborear aquel humeante y tentador guiso, la
vieja Ñack continuó con el tema diciendo con su característica y cadenciosa voz:
-
Hija mía, tu
hermano tiene razón y tú bien sabes que cuando no la tenga yo seré la primera
en remarcárselo.
-
No se nota –balbuceó Cebrían como niña caprichosa.
Haciendo
sordos sus oídos, la vieja Ñack continuó diciendo:
-
Si ya no tenemos
enemigos ¿Para qué empeñarse en crear un ejército de semejantes magnitudes? o ¿será
que tendremos que empezar a cuidarnos de nosotros mismos?
-
No lo sé tía, no
lo sé. En realidad todas esas actitudes son de políticos y soldados –respondió
Cebrían intentando que la discusión terminase allí–; yo lo único que percibo,
es que la gente está conforme y con eso a mi me basta y me sobra.
-
Tía, yo también veo
lo mismo que tú –replicó Danak– y eso es lo que me intranquiliza –añadió
mientras continuaba degustando el sabroso guisado que les había preparado Ñack.
-
¡Lo mismo de
siempre! ¡el desconfiado! –arremetió
nuevamente Cebrían.
-
No siempre las
mayorías están acertadas –le respondió de
inmediato y sin levantar su mirada Danak.
-
¿Cómo que no? –cuestionó
aireadamente Cebrían– ¡Mira lo que paso
con la gente de Kokeshke y Shía!
-
¿¡Qué pasó!? –preguntó en tono sorprendido Danak, mientras su tía
los miraba seriamente.
-
Una minoría se
reveló y provocó la guerra en la cual nos sumió a todos –manifestó Cebrían.
Danak
la miró a los ojos y aferrando fuertemente su cuchara replicó:
-
¡No entiendo como
puedes ser tan necia y decir eso! Si no fuera por esa minoría hoy Elem
gobernaría todo el mundo; con todo lo que ello significa.
-
No sé si hubiera
sido tan así –replicó vehementemente Cebrían–, el problema de Elem era de ellos
y la mayoría estaba de acuerdo con las pautas elegidas en su momento.
-
¿Pero quién te
asegura que Elem no hubiera querido invadirnos igual? –preguntó Danak.
-
Estamos entrando
en el terreno de lo hubiese pasado –respondió
Cebrían.
Danak
viendo la tozudez evidenciada por su hermana, miró a su tía respetuosamente y señaló:
-
Ya no me importa
lo que tú y los demás piensen. Yo solo sé que todo lo que veo no me cae bien y
es sólo un pensamiento. Tú quédate con tus ideas, que yo me sabré defender de
las mías ¡No te preocupes!
-
¡Bueno chicos! –exclamó
Ñack al ver el tono que se estaba tornando la discusión– sólo es una conversación
y son puntos de vistas –agregó tratando de apaciguar la tensión creada.
De
pronto y en medio del silencio que se cortaba con una hoja de palma y que perduró
todo el almuerzo apareció Branck pidiendo permiso y mirando a Danak pidió
hablar con Cebrían. Danak levantó su mirada y con un gesto adusto autorizó a su
hermana a salir con Branck, que no sólo era el lugarteniente de él, sino
también el eterno pretendiente de su hermana.
Mientras
los tórtolos salían de la choza la vieja Ñack en complicidad le susurró a su
sobrino:
-
¿Cuándo irán a
formalizar estos?
-
No lo sé tía.
Entre las eternas indecisiones de él y los pensamientos erráticos de tu queridita
sobrina, yo creo que estos serán novios eternamente. Pero volviendo al tema –retomó
Danak–, lo que me tiene preocupado es que he estado viendo movimientos
extraños, furtivos y esquivos de algunos de los ediles más allegados a Ruyck.
-
Los políticos ya
no son como eran en la antigüedad –comentó la vieja Ñack–, los de ahora, como
su rey, son más ruines y osados –agregó en tono de fastidio.
-
Justamente tía; eso
es lo que estoy percibiendo. Veo reuniones ocultas, idas y vueltas, y cuando
pregunto me responden con evasivas –explicó Danak–. A veces noto que me toman
por tonto y por lo que pudiste observar de tu sobrina les está yendo demasiado
bien. Pero realmente, si me preguntas
que sucede no sabría que responderte; lo que si sé, es que mi intuición me esta
indicando que algo raro está por suceder –confesó finalmente con un tono de voz
muy seguro.
-
Bueno sobrino
tranquilízate y descansa un rato que esta noche está la ceremonia –le aconsejó
su tía, mientras levantaba las vasijas de la mesa, dando por terminado así un
tema de conversación para unos o de discusión para otros.
La
noche se presentaba oscura como siempre. Las espesas y turgentes copas de los
árboles de la Selva Negra muy rara vez permitían o dejaban pasar la claridad de
la luna y las estrellas. Pero esa noche era una muy especial en esos confines.
El reino entero se encontraba congregado en torno al Palacio Real para
conmemorar un nuevo aniversario del fallecimiento del viejo y sabio rey Biteosh.
Todos y cada uno de los simiombres se encontraban ataviados con sus mejores
galas; las antorchas iluminaban a la majestuosa y populosa ciudad de Kubbláh
como jamás lo habían hecho; la música, que para algún oído extraño no sería tal,
recorría cada rincón de la ciudad divirtiendo tanto a grandes como a niños.
Sobre una de las callejuelas principales de la ciudad, la que daba al frente de
la gran entrada que poseía el añoso árbol que hacía las veces de palacio; decenas
de mesas de un largo incalculable exhibían los manjares que el pueblo de
Kubbláh esa noche iba a degustar.
Cuando
la algarabía comenzaba a subir de tono y los gritos de los niños ya no dejaban
escuchar lo que los adultos conversaban entre sí; tres fuertes golpes de tambor
los hizo callar a todos los presentes. Luego de unos segundos de silencio, por
sobre el balcón principal del palacio apareció con porte imponente, la
omnipresente figura del rey Ruyck. Al verlo, el silencio se tradujo en fervor y
los gritos de vítores se confundieron con los aplausos.
Si
bien Ruyck había sido el menor de los dos hijos del fallecido Biteosh, el trono
de éste último no le pertenecía a él, sino que le pertenecía, por tradición, a
su hermano mayor llamado Rallck.
Lo
que sucedió para que Ruyck se hiciera cargo del trono de su padre fue algo que
hasta ese momento se conservaba en un total misterio. Todo sucedió al año
después de la gran guerra; cuando una comitiva comandada por Rallck fue
supuestamente emboscada por lo que Ruyck denominó: los últimos selváticos. Con
Biteosh cansado por el trajinar de sus años y con el poder ascendiente de su
hijo menor, el viejo rey no pudo hacer nada por los selváticos capturados por
los hombres fieles a Ruyck; que sin dudar un segundo, y en represalia por el
asesinato de su hermano mayor los hizo ejecutar sin previo juicio.
Luego
de esos dramáticos acontecimientos el viejo y sabio gobernante se esmeró en
inculcarle todo su conocimiento al único hijo que le quedaba. Después del
fallecimiento de Biteosh; Ruyck comenzó a ganarse el beneplácito de su pueblo
con dadivas baratas e ingenuas. Pero como éstas venían de las mismísimas manos
de su rey, el pueblo creyó estar ante un soberano que se creía ante todos como
uno más en aquel reino. Pero detrás de toda esa mascarada sólo había un gran ególatra,
empeñado exclusivamente en ganarse la voluntad de su pueblo; y la sabiduría que
su viejo padre le había intentado inculcar, la usó solamente para incrementar
su ego y ambiciones personales.
Todas
esas actitudes siempre fueron muy mal vistas por Danak y eso Ruyck lo sabía
bien, pero el gran general de los simiombres y el guerrero que lideró a sus
ejércitos contra el maligno, como llamaban en aquellas épocas a Elem, estaba
muy bien encumbrado en la sociedad. Por tal motivo Ruyck siempre soportó los
desplantes de su comandante; pero eso no iba a durar por mucho tiempo.
Sobre
el balcón principal se podía observar a Ruyck secundado celosamente por el
Grupo de los Siete o como éste hacía llamar a su sequito de ediles más fieles;
un poco más atrás y al frente de la escolta real se encontraba Danak con su
traje más deslumbrante, pero con su peor cara; no sólo por tener que estar ahí,
en ese lugar, sino porque al frente suyo podía observar el peor rostro de su
amado pueblo.
Con
otros tres golpes más de tambor, el bullicio de la gente que vitoreaba el
nombre de su gobernante se acalló definitivamente y con su mejor voz, y con
grandes ademanes Ruyck comenzó con su extensa y casi interminable oratoria.
Después
de recordar todo lo bueno que fue su padre al frente del reino y luego de
describir, hasta los minúsculos detalles de sus obras, una a una sin saltearse
ninguna, y después de más de cuatro
largas horas, con la mitad del pueblo dormido y con la otra mitad por dormirse,
Ruyck terminó su monólogo dando las últimas noticias. Fue en ese preciso
momento que Ruyck puso su mejor semblante y su pose más agraciada, y le
comunicó a su pueblo:
-
. . .Como hijo
entrañable del nunca olvidado y siempre venerado Biteosh me veo en la
obligación de dar dos grandes noticias. Una de ella es muy personal y sé que a
todos ustedes les causará el mismo orgullo que a mí. La otra, y como no puede
ser de otra manera, fijará el rumbo que nuestro reino comenzará a desandar,
guiada por mis manos que son sus manos y que viven de la memoria de Biteosh.
Como rey de los simiombres –continuó diciendo Ruyck–, la primera noticia es,
que en virtud de los servicios prestados, los sacrificios realizados para
salvaguardar la supervivencia de nuestra legendaria y ancestral estirpe, tengo
el agrado de galardonar a mi mano derecha y entrañable amigo Danak, con el
cargo honorífico de embajador vitalicio del pueblo de los simiombres. . .
Mientras
la muchedumbre explotaba de alegría y vitoreaba el nombre de su general, a
Danak el rostro de sorpresa no lo dejó disimular la enorme desconfianza, pues
intuía que Ruyck estaba tramando algo con la creación de ese nuevo cargo: “Embajador
Honorífico”.
Mientras
los lacayos de Ruyck azuzaban a la muchedumbre a seguir vitoreando el nombre de
Danak, el soberano continuó diciendo:
-
. . .Este enorme
galardón, es en nombre y es en homenaje a mi difunto padre y de mi nunca
olvidado hermano que ha luchado palmo a palmo bajo las órdenes de este
temerario general. . .
Mientras
continuaba con las adulaciones hacia Danak, con un ademán lo invitó a acercarse
y ponerse a su diestra. Debajo, entre la muchedumbre y ayudada por su sobrina
para mantenerse de pie, la vieja Ñack miró a todo su alrededor con la misma
desconfianza que su sobrino.
Una
vez que Danak estuvo al lado de su rey, éste tomó una tabla de palma que le
entregó uno de sus ediles y mostrándosela al pueblo explicó:
-
En esta tabla he
estampado el nombramiento de nuestro nuevo Embajador Vitalicio. En ella está el
nombre de nuestro comandante y en ella se encuentra dicho y es palabra sagrada,
que por orden mía y en común acuerdo con el Grupo de los Siete, nuestro nuevo
embajador se hará cargo de la frontera noroeste. Una vez allí erigirá según su
criterio un caserío al cual afianzará, y con su gran diplomacia mejorará
nuestros lazos con los hermanos del reino del las Tierras Altas. . .
Escuchando
el bullicio ensordecedor de su pueblo en directa alusión a la noticia dada por
Ruyck, a Danak más que un premio le pareció un directo y conciso exilio. Si
bien él tenía un aprecio muy grande por su hermano de combate Caixa todos esos
acontecimientos le hacían dudar más, de los extraños planes que su rey traía
entre manos.
Sin
siquiera dejar pensar a sus súbditos Ruyck continuó con su monologo:
-
. . .En el lugar
de Danak he decidido nombrar a su mejor colaborador, su mano derecha, un
soldado joven, muy capaz y extremadamente determinado. Para llegar a esta
elección –continuó diciendo Ruyck–, me he apoyado en los sabios y precisos
concejos de mis ediles y por sobre todo en el de Danak; por tal motivo la nueva
responsabilidad de comandar los destinos de nuestra excelente fuerza de elite
recaerá en el joven capitán, Branck. . .
Acto
seguido Ruyck hizo pasar al joven capitán y pretendiente de Cebrían, que
vitoreado por todo el pueblo no podía creer lo que le estaba sucediendo.
Mientras que el joven soldado se acercaba a su rey, desde la muchedumbre a
Cebrían no le alcanzaba la voz para saludarlo, al tiempo que de emoción
besuqueaba toda a su tía mientras esta le pedía calma.
Por
el contrario, Danak quedaba cada vez más perplejo por todo lo que estaba
ocurriendo delante de él. Tal era su asombro, que jamás recordó haber hecho el
tipo de sugerencia que Ruyck le había endilgado. Si bien él siempre creyó en el
futuro prometedor que tenía su eterno aspirante a cuñado, haciendo memoria, no
recordaba ni siquiera que se le hubiese consultado al respecto.
Luego
de la algarabía que se había desatado en los pobladores de Kubbláh por los
nuevos nombramientos y después de haberle entregado la tabla que consagraba a
Branck como el sucesor de Danak; Ruyck procedió a dar la última noticia:
-
Amigos míos y
pueblo todo. Ahora debo contarles que dentro de algunos días, a lo sumo semanas,
tendremos una visita muy importante. Esta personalidad, les aseguro pueblo mío,
cambiará rotundamente el curso de nuestras vidas. Lo cual me atrevo a decir –expresó
Ruyck poniendo un rostro más acorde a la situación–, que no sólo modificará
nuestras vidas para mejor, sino que también nos regocijará, y nos dará mucho más
orgullo en pertenecer a esta raza milenaria y de estirpe real, como lo es ser
un “Simiombre”.
Sin
que nadie pudiera siquiera pensar tan sólo un segundo todas esas últimas
palabras, Ruyck fue rápidamente ayudado por los infiltrados que tenía entre la
muchedumbre y sin dejar recapacitar a alguien, dio la orden de comenzar la
fiesta.
Todos,
menos Danak y la vieja Ñack, se dejaron llevar por los hipnóticos aromas de los
manjares puestos por Ruyck, por los ensordecedores acordes de la banda que se
encontraba amenizando la tertulia y por los embriagadores sabores de los jugos
licorosos que se presentaban en las fastuosas mesas, que atiborradas de simiombres
no daban abasto en saciar la sed de todos.
Con
la noche comenzando a dar sus últimos pasos, sólo por costumbre y por buena educación,
Danak fue el último en retirarse del palacio. Con su tabla de nombramiento bajo
el brazo caminó cansinamente entre los cuerpos de los simiombres que todavía
estaban tirados por doquier a causa del exceso de comida y en especial por los
resultados finales de los jugos licorosos.
Al
llegar a su hogar lo primero que observó fue a su tía sentada en su silla
preferida y mientras ésta lo miraba ingresar en silencio, Danak arrojó su capa
y su tabla de nombramiento sobre el camastro que él siempre utilizaba para
descansar, despaciosamente se acercó a su anciana tía, le acarició la frente,
arrastró otra silla junto a la de ella y se sentó a su lado diciendo:
-
Temo que mis
dudas lejos de empequeñecerse, se agrandan cada vez más –dijo en tono
apesadumbrado–. Creo que algo más que extraño está por suceder.
-
¿Tú que crees? –le
preguntó su tía con voz tierna y maternal, pero con el mismo pesar que su
sobrino.
-
Realmente no lo
sé. Esta vez sí que no lo sé –respondió el nuevo Embajador Vitalicio–; pero
presiento que no es nada bueno para nuestra familia y menos para nuestra raza.
En
ese momento y cortando el diálogo que habían empezado a tener Ñack con su
sobrino ingresó a la choza Cebrían desbordada de alegría y del brazo del nuevo Comandante
en Jefe de las Legiones de los Simiombres; pero al ver las caras de su hermano
y tía, y luego de recordar la discusión que habían tenido en el almuerzo, la
joven muy desacertadamente sólo atinó a hacerle un comentario a su novio:
-
Que no te
sorprenda lo que estás viendo. Mi hermano jamás valorará a Ruyck aunque éste lo
premie con semejante galardón –expresó– y todo lo que logra es contagiarle su
mal humor a mi bella y amada tía.
Danak
estuvo a punto de responderle, con el consabido riesgo que ello traería, pero
su tía con mucho tino e intuyendo que una respuesta de su sobrino, en ese
momento, no hubiere caído para nada bien, lo detuvo con la mirada, al tiempo
que con su cara más afable expresó:
-
¡Felicitemos a
nuestro nuevo general! –exclamó en directa alusión a Branck.
-
¡Comandante en
jefe! –se encargó de corregir su agrandada sobrina.
-
Es lo mismo. Da
igual. –aseguró la anciana, al tiempo que se ponía de pie para saludar mucho más
efusivamente al joven.
Danak
interpretó la actitud de su tía y también se levantó de su silla, caminó hacia
su hermana, la saludó con un fuerte abrazo y la felicitó con mucha ternura; pasó
por el frente de su antiguo lugarteniente, lo felicitó y mientras salía de la
choza sólo le recomendó:
-
Esto es un
concejo de un viejo con varias batallas encima de su cuerpo –dijo en voz baja–.
Mira bien por donde caminas, ten más de dos ojos, usa más de dos oídos y por
sobre todo piensa; piensa mucho antes de actuar, por más que la orden té la de
un superior.
Sin
más que decir salió de la choza bajo la inquisidora mirada de su hermana, pero
antes de ello se volvió hacía ella y acariciándole el rostro le reiteró el
mismo concejo que le había dicho segundos atrás a su novio. Sin comprender esa
reacción Cebrían se limitó a decir:
-
Nuestra familia
ha sido honrada con dos grandes e importantes cargos en nuestra sociedad, Pero
el malhumorado de mi hermanito se ha propuesto a arruinar este gran
acontecimiento.
Danak
escuchó todo lo que su hermana le decía mientras se retiraba e hizo caso omiso
a esos dichos. Pero la vieja Ñack con su voz simple y apaciguadora se acercó a
su sobrina y le dijo:
-
Primero debemos
felicitar al Comandante en Jefe más joven de la historia y luego decirte a ti,
querida sobrina, que debes entender a tu hermano. Él se crió y se formó bajo el
reinado de Biteosh y como a mí hay algo que no nos termina de convencer.
-
¡Bueno ya está! –exclamó
Cebrían– Ahora disfrutemos del momento que nos toca vivir, que por consiguiente
es muy honroso –agregó mientras Danak se perdía en la oscuridad de la noche y
se internaba solitariamente en la espesura de la Selva Negra.
La
noche en la Selva Negra era demasiado peligrosa para andar y estar solo, menos
para un simiombre. Pues los animales nocturnos, que en realidad eran los más
peligrosos, tenían una buena relación con esta raza. Ese buen trato que tenían
todos los animales de la selva con los simiombres se había fortalecido gracias
a que estos últimos siempre intercedieron, en su salvaguarda cuando los selváticos
los depredaban. De aquellas historias viene una de las grandes diferencias que
tuvieron los selváticos con los simiombres.
Por
ese motivo y por otros tantos más a Danak caminar solo y de noche, por la
oscura y espesa selva, no tenía nada de riesgoso; todo lo contrario, sus malos
sentimientos hacia los acontecimientos que se estaban deshilvanando, en esa
soledad él los canalizaba de forma asombrosa, como si la selva le entendiera sus
pensamientos; como si algo allí afuera pensara igual que él. Todo eso le
parecía a Danak cuando caminaba solo. Pero esa noche en particular, iba a ser
muy distinta.
A
Danak, después de regresar de la Gran Guerra siempre le gusto y tomó como
costumbre amilanar sus pesares caminando solitariamente por la selva. Cosa que
hacia a altas horas de la noche. Con el paso del tiempo a éste le pareció, o
por lo menos eso le decían sus sentimientos, que la selva le devolvía los
favores por haber derrotado definitivamente a los dañinos selváticos. Eso Danak
lo notaba ya que por donde él anduviera miles de luciérnagas le iluminaban el
camino danzando al compás de la música que entonaban los grillos y las
cigarras. Tal era todo, que los mismísimos murciélagos hacían un alto en su cena
para colaborar con el despliegue lumínico que se desplegaba en torno al simiombre.
Todas las veces que se internaba en la selva veía el mismo espectáculo, salvo
esa noche en particular, ya que Danak con su mal humor a cuesta y con sus
consabidas dudad sobre el presente y el futuro de su gente demoró un buen rato
en darse cuenta de aquel drástico cambio.
Esa
noche era realmente muy oscura. No había luciérnagas, no había grillos y menos
cigarras, pero de pronto y de entre unas matas que tenía al frente le saltó un
pequeño ciervo de la selva que pasó junto a él como si algo lo estuviera
persiguiendo. Justo cuando éste se sobreponía del sobresalto se topó frente a
frente con un enorme y viejo jaguar.
En
noches pasadas ese encuentro hubiera pasado inadvertido. Es más seguramente el
viejo y enorme jaguar se hubiera detenido y le hubiera hecho a un gesto de
beneplácito y sumisión. Pero esa noche en particular notó algo más en la mirada
de aquel enorme felino. Danak sintió muy dentro suyo que el gran jaguar le
reprochaba algo, es más notó que con su mirada el gran gato le decía “traidor”.
Por tal motivo intentó desviarse de aquella mirada inquisidora subiéndose al
árbol más cercano. El viejo y enorme jaguar no se molestó en seguirlo, sólo lo
observó y se retiró de la misma forma que se había presentado. Una vez en el
árbol, se trepó a lo más alto de la bóveda arbórea y se sentó con sólo la
compañía de su soledad a contemplar las estrellas.
Mientras
observaba lo diáfano del cielo nocturno, se puso a pensar todo lo que hasta esa
noche le estaba sucediendo tanto a él, como a su pueblo. De pronto sintió un
extraño sonido que provenía por detrás suyo; con sigilo tomó la empuñadura de
su daga y luego de escuchar nuevamente el extraño ruido más cercano a él, por
sobre su cabeza y tapando parcialmente el brillo de la luna y las estrellas
logró percibir, muy fugazmente, a dos sombras que pasaban velozmente por sobre él.
Cuando quiso incorporarse para apreciar más detenidamente lo sucedido no pudo
lograr ver nada. Pero en ese preciso instante algo lo sujetó de hombro. Casi
con la misma velocidad que desarrolla una mantis religiosa cuando ataca a su
presa, giró sobre sí mismo y desenvainando ágilmente su filosa daga se topó
frente a frente con su antiguo lugarteniente y actual novio de su hermana, que
gracias a un fortuito movimiento que lo hizo trastabillar, logró esquivar el
filo de la daga que le pasó a escasos milímetros de su garganta. Al ver quien
era el que le había tocado la espalda, Danak se recompuso y apoyando su mano
derecha en el pecho de Branck le pidió disculpas por lo sucedido y le preguntó
si se encontraba bien. Luego de un respiro le preguntó:
-
¿Qué haces por
aquí?
-
Buscándote –le
respondió Branck, mientras se tanteaba el cuello constatando que realmente
estuviera sano y al momento que el moño que adornaba su capote de legionario
caía al vacío cortado en dos.
-
Bueno ya me has
encontrado –replicó Danak– ¿Ahora dime que buscas?
-
Busco concejos y
pedidos –respondió Branck recomponiéndose del susto que le provocó el veloz
ataque de su antiguo comandante.
-
Empieza por lo
primero –le dijo en tono casi como una orden de mando.
Acomodándose
frente a su mentor, Branck le preguntó explícitamente por las palabras que le
había dicho horas atrás en su choza.
Danak
lo miró, envainó su daga, intentó recomponer el daño que le había ocasionado al
capote de gala que llevaba puesto, y luego con voz casi paternal le explicó:
-
Con respecto a lo
que te he dicho en la choza, es simple, tienes que ser astuto como felino,
cauteloso como ciervo de la selva, inteligente como guacamayo, sagaz como el
guaraguazú, silencioso como la anaconda y determinado como el jaguar; por qué
hace un tiempo a la fecha estoy viendo, y están sucediendo cosas muy extrañas
en el ceno del palacio real.
-
¿Cómo que raras? –preguntó
casi ingenuamente– Para mí las cosas siguen estando como siempre, salvo por
estos dos nuevos nombramientos –añadió.
-
Justamente, justamente.
A
la vez le quiso hacer notar que las luciérnagas y los grillos ya no los
acompañaban.
-
Realmente no
comprendo que tienen que ver los grillos y las luciérnagas en todo esto.
-
Todo tiene que
ver con todo –intentó explicar Danak y viendo que Branck mucho no entendía de
lo que le estaba diciendo le volvió a decir–, nosotros somos parte de esta
selva y por consiguiente todo tiene que ver con todo. A eso se le llama
equilibrio.
Notando
que su antiguo lugarteniente entendía cada vez menos Danak se esforzó en
explicarle su último y extraño encuentro con aquel enorme y viejo jaguar, y
también pretendió explicarle las raras siluetas negras que pasaron raudamente
por sobre su cabeza unos segundos antes de que él se hiciera presente. Pero
percatándose con sólo verle el rostro a su antiguo mano derecha, que todo ese
comentario estaba yendo directamente a un saco roto; Danak se tomó un respiro y
con mucho más pausa le volvió a repetir las palabras que le había dicho en la
choza:
-
Mira Branck. Tú
eres un simiombre, siempre me has sido leal, toma estas palabras como concejo y
veras que todo se te irá clarificando. Yo no estaré para seguir aconsejándote,
pero tienes a mi tía que es mucho más sabia que nosotros juntos y te aseguro
que estará más que gustosa en poder ser un candil en la oscuridad de la noche
que tengas que atravesar.
-
¡Pero!. . .
-
No Branck, espera
–indicó dando señas que todavía no había terminado–, si quieres perdurar como
yo lo he hecho y no quieres terminar como lo estoy haciendo ahora; jamás preguntes
ni cuestiones a Ruyck. Sólo déjate llevar por lo que has aprendido hasta ese
momento, escucha a tus amigos y por sobre todo recuerda la sabiduría que
Biteosh nos ha inculcado.
Branck
bajó la cabeza, aceptó los concejos con un agradecimiento y se quedó en
silencio. Tanto duró ese mutismo que Danak tuvo que azuzarlo preguntándole:
-
¿Y el pedido que
me ibas a hacer?
Como
viniendo de un mundo fuera de esas tierras Branck rompió el silencio diciendo:
-
¡Ah! Si, me
olvidaba. . . O mejor dicho. . . no sé como empezar.
-
Cómo todas las
cosas, por el principio.
-
Sí. Creo que sí. –dijo
Branck rascándose la cabeza y mirando al suelo.
-
¿Y? –preguntó
nuevamente Danak intuyendo por donde iba a pasar el pedido que a Branck tanto
le costaba desembuchar.
Branck
siguió en silencio balbuceando frases trabadas por los nervios. Al ver eso
Danak lo miró y antes de que se le hiciera un nudo en la lengua fue
directamente al grano:
-
¿Es sobre mi
hermana? Lo que tienes que decirme.
Al
tartamudeo se le incorporó un fuerte ahogó y un malestar estomacal que Branck
intentó infructuosamente disimular diciendo que si.
-
¿Entonces?
Branck
tomó aire, miro hacia ambos lados, se secó la transpiración que le corría a
raudales por las cejas y casi sin poder pronunciar bien claras las palabras le
preguntó:
-
¿Podría tomar a
Cebrían, su hermana, como esposa?
Danak
hizo, lo que a Branck le pareció un eterno silencio, lo miró fijamente a los
ojos, cosa que para un simiombre era como una explícita amenaza de muerte, ya
que por costumbre sus miradas eran esquivas y evasivas. Esa imagen le heló la
sangre al nuevo comandante en jefe de las legiones, porque en batallas pasadas
había visto esa mirada en el rostro de Danak y sabía, por lo visto y
presenciado, que sus victimas, después de esa pose, no eran merecedores de
piedad alguna. Por ese antecedente y por conocer el genio de su mentor, dudó
unos segundos y cuando estuvo a punto de retractarse, Danak le saltó encima y
con voz fuerte y nítida le expresó:
-
¡Sí! ¡Por fin te
has decidido! –y tomándolo por sus hombros y dándole un cariñoso coscorrón en
la frente le explicó– Te llevas algo muy preciado por mí. Algo que quiero más
que a mi propia vida. Por más que discutamos es a la persona, junto a la vieja
Ñack, que más quiero en este mundo. Creo que te la mereces; tómala como esposa
y dale una buena vida.
-
¡Así lo haré! –afirmó
Branck– Creo que este nuevo nombramiento me ha dado el coraje y lo he tomado
como una premonición.
-
Así espero, pero
eso sí –le dijo en tono de advertencia–. Sí me llego a enterar que le haces algún
daño, que la haces sufrir o no cumples con tus deberes como cónyuge, no habrá
un rincón en este mundo en que te puedas ocultar de mi furia.
Branck
solamente se limitó a asentir con la cabeza dándose cuenta por el rostro de
Danak que esas palabras iban muy, pero muy en serio. Después de ese momento
tenso, Danak de un bolsito que siempre llevaba consigo extrajo una cantimplora
hecha con cuero curtido de pecarí y en forma de agasajo le convido un trago de
la bebida espirituosa que llevaba dentro de la misma.
Luego
de un par de horas de conversaciones banales y después de haberse terminado
aquella bebida hecha con el fermento de una especie de vallas que crecían a la
orilla de los ríos, ambos regresaron a la choza de Danak. En la misma y
conversando de todo lo ocurrido se encontraban la vieja Ñack y Cebrían. Al
verlos entrar juntos, alegres y con evidencias que la bebida les había hecho
efecto, la anciana por lo bajo le dijo a su sobrina:
-
Ya está hija, Ya
está.
Danak
en ese instante soltó a su futuro cuñado y con la lengua empastada por la
bebida alcohólica miró a su hermana y con un fuerte abrazo, más de padre que de
hermano, la felicitó por la noticia. La vieja Ñack, que ya sabía todo mucho
antes que su sobrino, haciéndose la zorra preguntó:
-
¿Y para cuando es
la boda?
-
Dentro de seis
meses. –le respondió Cebrían, aferrando fuertemente a su prometido visiblemente
mareado por la bebida espirituosa.
Luego
de festejar por un rato más la tía Ñack, como la llamaban sus dos sobrinos, fue
la última en acostarse y luego de arropar a cada uno de sus dos amados sobrinos
se los quedó mirando con aire de haber hecho lo mejor para ellos. Al tiempo que
para sí, pensaba si Danak alguna vez podría encontrar el amor de su vida tal
como lo había hecho su sobrina, la más chica. . .
Capítulo 2
La Batalla de Komboq
Seis
meses más tarde, allá en la frontera noroeste, Danak ya había terminado de
construir el pueblo que su rey le había encomendado erigir. Al mismo se lo veía
limpio y prospero; pero Kombóq, como había bautizado al pueblo en conmemoración
de su padre, fue construido muy distinto al resto de las aldeas de los simiombres.
Kombóq fue levantado en su totalidad sobre tierra firme. En las cuatro esquinas
más alejadas del poblado, había hecho edificar unas torretas de vigilancia y el
caserío fue erigido sobre una pequeña depresión desforestada casi naturalmente.
Tal era la ubicación estratégica que Danak buscó para su poblado, que desde la
parte más tupida de la selva hasta las torretas de vigilancia había unos cuatrocientos
metros de distancia de pastos verdes y muy cortos, lo cual le permitía a los
aldeanos criar ganado sin correr riesgos de ser atacaos por animales salvajes o
por lo menos poder divisar el peligro con mucha antelación.
Muy
pocos aldeanos fueron convencidos para acompañar a Danak en esta nueva etapa de
su vida. Los que si aceptaron, se darían cuenta más adelante que habían hecho
la mejor elección de sus vidas.
La
mayoría de los habitantes de Kombóq estaba formada por los soldados que siempre
le habían sido leales a Danak, y todas sus familias. Con la cercanía de la
ciudad de Karplak y los intercambios que entre ellos se comenzaron hacer apenas
Caixa se entró de su objetivo, Kombóq se sumergió en una época de bonanza casi
desmesurada para el escaso tiempo que llevaban en la zona.
Ese
día en particular era muy especial para la vida de Danak. Lo primero en
importancia era que esa misma tarde emprendería el regreso, por primera vez
desde su ida, a la ciudad capital de los simiombres. Ese regreso tenía más que
ver con su vida particular que con la oficial, ya que viajaría a Kubbláh a nada
menos que presenciar la boda de su hermana. El segundo acontecimiento y no
menos importante, era que esa misma mañana llegaría con toda su comitiva para
ir junto a él a la boda de su hermana, su leal y férreo amigo Caixa.
Caixa
por su parte siempre decía que encontraba en Danak a un amigo con el cual poder
confesar las más secretas confidencias; a la vez que con él se podía pasar
horas charlando y recordando anécdotas de aquellas aventuras épicas que pasaron
juntos. Para Danak era un orgullo tener a Caixa como amigo, pues Danak fue un
testigo privilegiado de su cambio como persona; tal es así, que desde aquellos
memorables y sangrientos episodios pasados Caixa había cambiado mucha de sus
malas actitudes para con el resto de los mortales, aunque a veces su altanería
lo traicionaba. Pero eso, para Danak era tomado como algo casual y sin mala
intención, sabía que todo no se puede cambiar en la esencia de una persona y
menos en Caixa.
Ese
mediodía mostraba como el sol se ubicaba en la parte más alta del celeste
firmamento y a Danak lo sorprendió haciendo sus últimos preparativos para su
regreso a Kubbláh. Fue en ese momento que su segundo al mando, el general
Quank, le daba avisó del arribo de su amigo y su comitiva. Al enterarse de la
noticia salió presuroso a recibirlo; pero una vez fuera de su choza lo
sorprendió lo que tuvo ante a sus ojos. El asombro no fue verlo a Caixa, sino
fue ver el atuendo pomposo que traía consigo, y lo que más le impactó fue el
majestuoso séquito que traía de acompañante.
Al
ingresar la comitiva a Kombóq, Danak se acercó al caballo que transportaba a su
amigo y con una sonrisa de oreja a oreja le dijo:
-
No hacía falta
semejante manifestación, ni tantos regalos.
Caixa,
que venía montado en uno de los caballos que era descendiente de aquellos que
Zagros le había regalado diez años atrás, lo miró y con cara altanera le
respondió:
-
Para la hermana de un hermano creo que lo que traigo es
poco –afirmó con prestancia y galantería.
-
Siempre el mismo Caixa –replicó con una sonrisa Danak.
-
Tú ya me conóceles bastante –le comentó Caixa, mientras
se espantaba unos insectos que lo tenían a mal traer– y sabes muy bien que
cuando yo quiero a alguien no escatimo en gastos –siguió diciendo mientras se
daba un sonoro cachetazo intentando matar al bicho que lo estaba desquiciando.
Luego de desmontar y darle un
fuerte abrazo, Danak lo invitó a pasar a su casa y a su lugarteniente le ordenó
que les consiga alojamiento a los demás. Una vez que la comitiva estuvo
cómodamente alojada Quank prosiguió con sus deberes.
El día transcurrió con demasiado
movimiento en aquella aldea, el calor, la humedad y los insectos continuaban
haciendo estragos en la paciencia de Caixa. Después de charlar por varias horas
y luego de terminada la comida, que dicho sea de paso fue muy elogiada por
Caixa, Danak mando llamar a su general y le dio ordenes explícitas. Una vez
terminada la sobremesa y con la noche en su pleno apogeo Caixa y su comitiva comenzaron
su marcha junto a Danak hacia la Kubbláh.
El viaje hacia la ciudad de los
simiombres duró toda la noche, al amanecer y con la bruma matinal llegaron a
las puertas de la ciudad capital de los simiombres. La primera impresión que se
llevó Danak no fue de las mejores, y no se trataba por la gran cantidad de
niebla que rodeaba a la metrópoli, ya que en esa época del año y a esa hora de
la mañana era muy habitual; lo que realmente le sorprendió y le causó una
fuerte impresión fue ver el nuevo ambiente que rodeaba a su querida urbe. Todo
lo que él añoraba y extrañaba, desde que fue enviado a la frontera, se había
ido, ya no estaba, algo extraño flotaba por el lugar. La alegría que solían
tener los simiombres se había diluido; a los habitantes de la majestuosa ciudad
se los notaba serios y tristes. Los civiles, como eran denominados por Ruyck,
vagaban casi sin tener noción de su ser, ni de su futuro. Lo próspero, lo
alegre y lo pujante se había desvanecido como lo hace la niebla en una mañana
otoñal.
Unos metros antes de entrar a la
ciudad, el caballo de Caixa se alteró y en ese sobresalto vieron raudamente
cruzar el camino a un ciervo que era traído muy de cerca por un enorme jaguar.
Esa fortuita aparición a Danak lo retrotrajo en el tiempo y en ese momento el
enorme felino se detuvo ante él. A todos, les llamó la atención el ver al majestuoso
animal atravesado en el camino. Caixa supuso que el gran gato se había detenido
sorprendido por la caravana; pero Danak fue más allá y en la mirada del jaguar sintió
otra vez que algo le recriminaba, sintió que el enorme felino le reprochaba
algo.
Luego de ese encuentro y una vez
dejado atrás al formidable jaguar, quien los observó todo el tiempo que pasó la
caravana frente a él, y una vez dentro de la ciudad, Caixa se dirigió en voz
baja a su amigo simiombre:
-
Espero que en la fiesta de tu hermana haya mejores
ánimos –expresó en directa alusión al escenario que los rodeaba.
Danak pareció no tenerlo en
cuenta, sólo notaba que donde posaba su vista había un soldado; Kubbláh más que
una ciudad, tenía el aspecto de una fortaleza.
Caminaron por casi media hora por
el interior de la metrópolis hasta que llegaron a la choza que los había
cobijado por años a su hermana y su tía. Luego de mirar hacia los alrededores,
Danak al entrar escuchó la voz chillona y alegre de Cebrían; que al verlo
ingresar saltó a su encuentro y luego del fortísimo abrazo que esta le dio,
Danak le comentó:
-
Hermanita, te presento al famoso Caixa.
Con prudencia Cebrían lo saludó y
Caixa se lo devolvió haciéndole una caballeresca reverencia, al tiempo que la
invitaba a salir de la choza. La imagen que tuvo al salir la impactó
fuertemente. Delante de ella había una extensa fila de regalos traídos por él. La
joven desbordada de alegría, volvió a entrar a la choza y sin mediar
prolegómenos abrazó efusivamente a Caixa primero y a su hermano después.
-
¿Dónde está Ñack? –preguntó Danak sorprendido por la
ausencia de su tía.
-
Salió a visitar unas amigas –respondió su hermana–; ya
debe estar por llegar.
En ese momento y cortando sin
querer la pequeña conversación apareció Branck y al ver a su futuro cuñado de
inmediato lo saludó, para luego presentarse ante Caixa. Mientras estos se
saludaban, a Danak le entraron muchas dudas: la ciudad y su gente completamente
cambiadas, su tía visitando a unas amigas justo en el día y a horas del
casamiento de su sobrina, y lo que le llamó poderosamente la atención fue que
la casa no estaba preparada pata tal evento; es más parecía estar mucho más
desordenada que de costumbre.
-
¿Dónde celebrarás la boda? –le preguntó Caixa a
Cebrían, dándose cuenta de lo mismo que Danak.
-
En el palacio real –respondió Branck.
-
Sí, así es –asintió Cebrían–; Ruyck nos regaló la
fiesta de boda.
-
Pero a mi me hubiera gustado que la hubiésemos festejado
acá, en casa –sugirió Danak.
Pero en el preciso instante que
su hermana le iba a dar una explicación un guardia real golpeó sonoramente la
puerta. Branck fue a su encuentro y cuando regresó le comentó a su futuro
cuñado:
-
Ruyck ya sabe de tu llegada y se enteró que has venido
acompañado por Caixa. Por eso es que los ha mandado llamar.
Danak miró a su gran amigo y con
una mueca de pesar le respondió:
-
Dile que ya estoy yendo.
Sin prolegómenos y sabiendo que
Ruyck no era uno de los que les gustaba esperar, Danak y Caixa partieron tras
los pasos del guardia real. El camino hacia el palacio no duró mucho. Danak que
iba al lado de Caixa, no dejaba de sorprenderse por lo que veía a su alrededor.
Lo que más le llamó la atención fue, que una vez llegados al palacio los hicieran
ingresar por una entrada lateral. Dentro el ambiente era lúgubre y sombrío, si
bien nunca se había jactado de extravagancias en la época de Biteosh, en ese
momento la austeridad era mucho más acentuada, es más, había algo en el aire
que a Danak lo inquietaba.
Antes de llegar al salón real,
Caixa vio pasar por una de las puertas laterales unas siluetas que le trajeron
muchas cosas a su memoria y cuando estuvo a punto de comentárselo a Danak, el
guardia que los guiaba lo interrumpió diciendo que Ruyck los estaba esperando;
abrió una gran puerta que estaba al frente y los hizo pasar.
La sala real contrastaba
totalmente con el resto del palacio; estaba cubierto de joyas y ofrendas. En lo
único que se asemejaba al resto de la edificación era en la penumbra que
reinaba; sólo algunas antorchas y una hoguera central iluminaban el salón.
Al ingresar Danak y Caixa vieron
unos veinte soldados custodiando el recinto, por delante de ellos y sentado en
su trono arbóreo Ruyck los estaba esperando; a su lado y en parecidos asientos,
pero más pequeños, cuatro de los siete ediles que siempre acompañaban al rey de
los simiombres. Una vez dentro, Ruyck con habitual verborragia los recibió. Luego
de casi media hora de monólogo, presentaciones y explicaciones de cómo sería la
fiesta de casamiento de Cebrían y Branck, Ruyck continuó diciendo:
-
. . .por eso he decidido regalarles la mejor fiesta y
además quisiera contarte. . .
Mientras Ruyck continuaba con su
perorata, Caixa se sentía apocado por el extremo egocentrismo del rey de los
simiombres. Cómo habrá sido para él, que por lo bajo y sin que Ruyck se diera
cuenta, le susurró irónicamente a Danak:
-
Éste es pero que yo.
Mientras Danak hacía esfuerzos
por no demostrar la sonrisa que le surgía de su interior, Ruyck continuaba su monólogo:
-
. . .deseo contarte a ti y a nuestro amigo Caixa que
hemos formado una esplendida alianza.
Al escuchar esa última frase
Danak preguntó sorprendido:
-
¿¡Con quién!?
-
¿Recuerdas que en el día de tu nombramiento proclamé
que vendría alguien que cambiaría el rumbo de nuestras vidas? –señaló Ruyck.
-
Si, lo recuerdo –manifestó Danak ante la atenta mirada
de Caixa.
-
Bueno, a la semana de tu partida llegaron, es más, esa
misma noche llegó un emisario dando aviso de su arribo.
-
¿¡Quienes son!?
Sin perder tiempo Ruyck extendió
su peluda mano derecha y les presentó a Tarck. Detrás de una de las tantas
columnas de madera que había en el recinto real se hizo presente una enorme y
corpulenta gárgola.
A Danak le vino a su memoria la
sombra que paso por sobre su cabeza aquella noche de su nombramiento; a Caixa
le trajo de inmediato, el recuerdo de su entrañable amigo Ancar y fue ahí que
sin importarle las formalidades le preguntó a la gárgola:
-
¿¡Y Ancar!? ¿¡cómo está!?
El enorme ser alado dudó unos
segundos, situación que fue percibida por Danak y pasando totalmente por alto
la pregunta la gárgola se presentó:
-
Soy Tarck, emisario de las gárgolas. Estoy aquí para
afianzar nuestros lazos y confraternizar con los simiombres, que no sólo son
una raza pura y noble; sino que también nos unen raíces similares a las
nuestras.
Caixa siguió esperando las
respuestas y para cuando se había decidido repetir las preguntas Tarck comentó:
-
Con respecto a Ancar, no sé mucho de él. Lo último que
supe fue que una noche salió a patrullar y no regresó.
Esos dichos cayeron como un balde
de agua helada en los sentimientos de Caixa; pero en Danak las dudas lo
invadieron aún más y para sí mismo se preguntaba: “¿Qué hace una gárgola aquí?, ¿qué ventajas sacaríamos como raza, o qué
ventajas tendrían ellos con esta unión?, ¿cuáles son las raíces que nos unen
como especie?, ¿será cierto lo de Ancar?. . . pero la pregunta que más
hondo le caló fue: . . .¿Son gárgolas del clan de Maimodes o de
Nauheim?. . .”.
. . .Y esa fue la pregunta que se
hicieron tanto Danak como Caixa una vez que salieron del palacio de Ruyck, pues
todo estaría bien si ese tal Tarck fuera emisario de Maimodes, ¿Pero si era del
clan de la finada Nauheim? Ambos sabían que las gárgolas no eran muy explicitas
a la hora de entablar una conversación, pero esa duda les carcomió la cabeza
por varios minutos. Dudas, que fueron reemplazadas al llegar a la choza de
Danak; pues cuando ingresaron se dieron cuenta que la vieja Ñack todavía no
había retornado.
-
Ñack ¿Todavía no regresó? –preguntó intrigado Danak.
-
No hermano, no ha regresado –respondió Cebrían y
aduciendo que estaba muy atareada con los preparativos de su boda se retiró
diciendo que se le estaba haciendo tarde.
Cuando Caixa y Danak estuvieron
solos con sus miradas se dijeron todo, pero Caixa fue el primero en hablar:
-
Esto no me gusta para nada. No creo lo de Ancar.
-
Yo tampoco estoy convencido. Es más ese Tarck no me
cayó nada bien –señaló Danak.
-
Bueno, convengamos que las gárgolas no son muy
sociables que digamos.
-
En eso estoy de acuerdo contigo, pero además está todo
cambiado: la gente, la ciudad, el palacio, mi hermana, hasta mi tía. Ella jamás
se hubiese ausentado tanto tiempo y menos en un día tan importante para
nosotros.
-
¿Qué haremos?
-
Dejemos que fluya; veamos como sigue todo esto –respondió
Danak, pensando que a su tía seguramente la encontraría en la celebración.
La fiesta estaba comenzando,
Danak y Caixa fueron unos de los primeros en llegar. Dentro del palacio los
ánimos contrastaban fuertemente con los que se podía observar afuera. Toda la
alta sociedad se estaba haciendo presente; eso impactó sobremanera en Danak, ya
que en la época del reinado de Biteosh
esas diferencias sociales no eran tan notables. Danak podía sentir que sólo
unos pocos pertenecían a la élite de la sociedad; el resto vivía o sobrevivía.
Tal era la desesperanza de las
familias, que muchas de ellas ofrecían a sus hijos al ejército; pues esa era
una de las formas más cortas de escalar posiciones en la sociedad, pues la
élite pertenecía en exclusivo a los militares.
Danak y Caixa se habían sentado a
un costado, como no queriendo participar del festín. Festín que estaba dotado
de todos los manjares habidos y por haber: carnes, verduras y frutas eran
acompañados por litros y litros de bebidas espirituosas. Bebidas que se
preparaban con distintas variedades de bayas
que crecían a la vera de arroyos y ríos. La música ensordecedora no
permitía poder conversar a más de medio metro. En el trono real se encontraba
Ruyck, como era su costumbre, a su derecha y un poco más abajo la novia y el
novio; a su izquierda y de pie, con presencia omnipresente Tarck parecía estar
controlándolo todo y unos metros más a la izquierda los mismo cuatro ediles que
Danak había visto en su reencuentro con su rey. Todo eso incrementó sus dudas.
Mientras Danak observaba
atentamente lo que sucedía a su alrededor y en especial los movimientos de
Ruyck y Tarck, Caixa no podía comprender, se sentía realmente incómodo por ser
tratado como uno más. Su enorme ego no lo dejaba en paz y lejos de quedarse
callado, por lo bajo y casi al oído le dijo a Danak:
-
¿No crees que yo debo estar en una mejor ubicación, no
acá? En este lugar casi nadie nos ve, ni nos registra.
Danak oyó los dichos de su amigo
y con un tono irónico le preguntó:
-
¿Estar a mi lado no es una buena ubicación?
-
No, no quise decir lo que tú pensaste amigo, pero por
ser el rey de Las Tierras Altas creo. . .
Danak al percatarse que su amigo le
iba a comenzar a descargar su más pesada artillería de egocentrismo lo
interrumpió diciendo:
-
Mira amigo, por lo que estoy observando el único rey
que existe aquí es Ruyck.
-
Pero ¿Y la boda de tu hermana?
-
Creo que es una escusa. Realmente no lo sé, pero acá
algo me huele mal.
-
Desde que llegamos me los has dicho infinidades de
veces.
-
Sí, lo sé. Pero lo más extraño es la ausencia de Ñack.
-
¿Estará todavía con sus amigas? –preguntó en vos alta
Caixa, mientras se acomodaba por enésima vez en su silla, demostrándose
incómodo por todo lo qué lo rodeaba.
-
Eso no lo creo, mi tía jamás se perdería un evento tan
importante para nuestra familia.
-
¿Será que está enojada con tu hermana?
-
Puede ser, no sería la primera vez, pero por más que
hayan discutido no creo que eso sea más importante que esto.
-
Tal vez lo es –afirmó Caixa.
Danak dudó nuevamente y cuando
iba a exponer su inquietud, Caixa lo interrumpió:
-
Tal vez esté en otra mesa mezclada con sus amistades.
En ese momento alguien que logró
pasar inadvertido por ambos se acercó con disimulo y con voz susurrante les
comentó:
-
Ñack está bien, pero encerrada.
Al oír eso Danak saltó de la
silla y giró repentinamente, pero cuando se dio vuelta no vio a nadie.
-
¿¡Escuchaste eso!? –le preguntó Danak a Caixa.
-
Sí.
-
¡Voy a ver que sucede!
Deteniéndolo y sujetándolo de la
mano Caixa le expresó en voz baja:
-
No hermano; tú quédate serás echado de menos si no te
ven en tu lugar. Déjame ir a mí, yo investigaré que está sucediendo.
Sin decir más y sin dejar pensar
a su amigo, Caixa se levantó de su incomodidad, como el le decía, y se dirigió
hacia Ruyck.
-
Estimado Ruyck, señor de los simiombre –dijo Caixa una
vez que estuvo al frente del rey–; debo disculparme con usted y con sus
súbditos pues me debo retirar unos minutos.
-
¿A que se debe el motivo de su retirada? –preguntó
Ruyck.
-
Cómo tú sabes muy bien nosotros los reyes tenemos
deberes terrenales que cumplir y el mío, en este momento, es ir a un lugar
privado donde poder dialogar con mi cuerpo.
Ruyck entendiendo de inmediato la
indirecta le ofreció una escolta, pero Caixa se lo negó diciendo que ya conocía
el camino y cuando se iba a poner a darle una explicación de donde iba a ir,
Ruyck con un ademán lo liberó de su compromiso. Caixa, haciendo una reverencia
se retiró y mientras dejaba el salón real miró de reojo a Danak mostrando una
leve mueca irónica en su rostro.
Cuando comenzó a bajar por las
escalinatas y cuando se percató que nadie lo estuviera viendo se escabulló por
una de las puertas laterales. Detrás de la puerta había un corredor no muy
ancho, pero si bien largo. A la izquierda del pasillo y a cada veinte metros
había una antorcha, debajo de estas una puerta de madera oscura y humedecida
era iluminada. Mientras desandaba su camino por el corredor Caixa iba tanteando
puerta por puerta. Todas estaban trabadas por dentro. Continuó haciendo la
prueba hasta que en la décima notó un leve resplandor que se asomaba por la
rendija que había en uno de los marcos. Con sigilo intentó abrirla y se dio
cuenta que se podía. A medida que se iba abriendo escuchó unos murmullos que
provenían del interior de la habitación. De pronto vio como por detrás de él,
tres soldados a las risotadas ingresaban en el pasillo y sin otro lugar a donde
ir, o esconderse, ingresó a la sala. Una vez dentro, quiso tomar la espada que
Zagros le había regalado y ahí recordó que Branck le había recomendado no
portar armas a su casamiento. Entonces metió su mano en su bota y extrajo una daga
y con ella en mano se dejó guiar por sus oídos. Luego de unos metros, con
sorpresa vio a la vieja Ñack sentada muy cómodamente dentro de una jaula hecha
de varas de madera muy dura.
-
¡Tía Ñack! –exclamó susurrando Caixa.
-
Querido Caixa. ¿Dónde estás hijo? –preguntó la vieja
con un tono de voz entremezclado con alegría, tristeza y desazón.
Haciéndose ver para que se quede
más tranquila Caixa se acercó y le preguntó:
-
¿¡Qué Haces aquí encerrada!?
-
Ruyck me envió aquí. Dice que por molestar. Pero yo sé
muy bien lo que está tramando.
-
¿Y tu sobrina está enterada de esto? –le preguntó Caixa,
mientras buscaba la forma de sacarla de su encierro.
-
Ruyck la tiene amenazada.
-
¿O sea que esta enterada de esto?
-
Sí. Lo sabe, pero le dijeron que si habla o deja
entrever lo que me sucedió, me mata a mi y a ustedes.
-
Bueno tía, estás libre –le dijo luego de lograr romper
una de las ataduras que fijaban la jaula.
Mientras ayudaba a la anciana a
salir de su encierro Caixa notó que los soldados que lo habían hecho entrar
fortuitamente a esa pieza se habían retirado; entonces decidió que era tiempo
de escapar de ahí, pero cuando estaban por salir de la habitación Ñack le dijo:
-
En la pieza contigua están confinados dos de los tres
ediles que Ruyck mandó encerrar.
-
¿¡Cómo dos de los tres!?
-
Sí, uno de ellos fue asesinado cuando intentaba
escapar.
-
¡Asesinado! ¿por quién? –preguntó espantado Caixa, él
sabía que jamás había ocurrido un acto tan aberrante en el reino de los
simiombres.
-
Fue una de la s gárgolas.
Por dentro de Caixa pasaron las
peores de las imágenes, al recordar la feroz batalla en la que estuvo
involucrado él, Elem y las gárgolas del clan de Nauheim; entonces acompañado
solamente con su daga y cubriendo con su cuerpo a la vieja tía de Danak
ingresaron, muy sigilosamente, a la celda contigua. Allí, entre la movediza
penumbra, pudieron encontrar a uno de los dos ediles. El otro ya era un
vestigio de simiombre y el olor nauseabundo que emanaba de su cuerpo inundaba
todo el recinto haciendo arder las fosas nasales de todos. Mientras lo
rescataba Caixa le preguntó:
-
¿¡Qué pasó!?
Casi sin habla el viejo edil le
respondió que la gárgola llamada Tarck lo había hecho.
Eso le despejó las dudas a Caixa,
que de inmediato decidió salir de aquella celda acompañado por Ñack y el edil.
Pero ese intento fue impedido por una enorme gárgola que se le interpuso en su
camino blandiendo una enorme y pesada espada. Caixa cubrió con su cuerpo a los
prófugos y cuando la gárgola lanzó el golpe Caixa velozmente tomó la antorcha y
atajó fortuitamente el impacto y con una velocidad inusitada en él, ya sea por
el miedo o por la adrenalina, con su daga hirió profundamente a la gárgola en
el muslo. Eso hizo arrodillar a la gárgola, cosa que aprovechada por Caixa que
de un fuerte golpe le estrelló la antorcha en pleno rostro. La gárgola, herida
y aturdida, soltó la espada y se tomó con desesperación la cara. Aprovechando
ese movimiento, Caixa alzó la pesada espada y con ella la amenazó. La enorme
gárgola hizo caso omiso a esa intimidación y con el rostro totalmente desfigurado
por la flama de la antorcha se abalanzó sobre él. Ante las asustadas y atentas
miradas de Ñack y el edil, Caixa se adelantó dando un paso y con furia
silenciosa le ensartó la espada hasta la empuñadura. Con un sonido gutural y el
pecho abierto en dos la inmensa gárgola se desmoronó sobre él cubriéndolo
totalmente con sus alas membranosas. Con rostros asombrados y mucho temor, el
edil y la vieja Ñack ayudaron como pudieron a ocultar el cadáver del guerrero
muerto.
-
¡Eso ha sido muy valiente! –le dijo Ñack a Caixa.
-
Uno hace lo que puede –respondió en tono irónico Caixa,
mientras desenterraba su daga del muslo de la gárgola muerta– ¡Vamos síganme! –replicó
de inmediato.
Luego de esconder el enorme
cuerpo, los tres comenzaron a desandar el camino de regreso. Todo iba
relativamente bien hasta que llegaron a la puerta que comunicaba aquel oscuro
pasillo y el salón de fiesta. Caixa entornó levemente la puerta y se asomó; del
otro lado se podía ver a Ruyck dándoles su bendición a los novios. Buscó con la
vista a Danak y lo encontró sentado en el mismo sitio en que lo había dejado.
Entonces giró y le sugirió al edil y a Ñack que se escondieran. Caixa ingresó
sigilosamente a la gran sala, se arregló sus vestimentas, se fijo que nadie lo
estuviera mirando y caminando con la altanería que ya los tenía acostumbrados y
se sentó a la par de su amigo.
-
Tu tía está detrás de aquella puerta –le dijo por lo
bajo, señalándole con disimulo la puerta por la que él había ingresado.
-
¿¡Cómo!? –preguntó sorprendido Danak.
-
Ssh. No te sobresaltes, ella está bien, asustada pero
bien.
-
¿¡Cómo asustada!? dime que está sucediendo.
-
Ella está con uno de los tres ediles que faltan aquí,
los que demás están muertos.
-
¿¡Cómo que están muertos!?
-
Es larga la historia y no hay mucho tiempo.
-
¿Y mi hermana sabe de todo esto?
-
Según tu tía sí, pero la tienen amenazada, por eso
actuaba como actuaba.
-
¿¡Quién la tiene amenazada!?
Caixa haciéndose el distraído con
un gesto le señaló al rey de los simiombres.
-
Ya me lo temía –refunfuñó Danak y harto por no hacer
nada le dijo a Caixa–. Tú ve con mi tía y el edil, sal del palacio con sigilo,
toma a tus hombres y en las afueras de la ciudad espérame.
Mientras Caixa se retiraba sin
ser visto y notado por alguien, Danak esperó el momento oportuno y cuando pudo
se acercó a su hermana. Haciéndose el distraído y como si no se hubiera
enterado de lo sucedido, la invitó a bailar. Luego de unos giros se le acercó a
un oído y le comentó en voz baja que la vieja Ñack estaba sana y salva. Eso
alegró a Cebrían, se le notó de inmediato en el rostro; pero de pronto Branck
lo tomó por detrás y amenazándolo con una daga que llevaba disimulada en sus
ropas, le sugirió que lo acompañe.
Bajo la inquisidora mirada de
Ruyck, Branck llevaba a Danak mientras que su hermana le suplicaba con
desesperación, que no le hicieran nada. Ante la atenta y confundida mirada de
todos los presentes Danak fue arrastrado hacia la puerta por la cual Caixa
había ingresado anteriormente. Antes de llegar Danak logró zafarse de su
antiguo lugarteniente y de inmediato se trabaron en una feroz lucha.
Mientras todos veían azorados y
ebrios lo que sucedía entre el novio de la boda y su cuñado, Ruyck mandó llamar
a sus guardias personales; al tiempo que una de las gárgolas se acercaba a
Tarck poniéndolo al tanto la fuga de los prisioneros.
Con los guardias alertados, la
lucha entre Branck y su cuñado continuaba salvajemente y en el momento que
Branck le estuvo por clavar su daga, su reciente esposa con el cuchillo que le
había arrebatado a uno de los guardias le perforó la espalda haciendo que
Branck cayera fulminado a los pies de los hermanos. Sin dudar un instante Danak
tomó de un brazo a Cebrían y ambos corrieron como locos hacia un ventanal
contiguo. Ante la atónita mirada de todos los presentes y ante la furia
demostrada en los ojos de Ruyck, los hermanos saltaron al vacío.
Desde su escondite, cerca de la
entrada de la ciudad de Kubbláh y amparados por la espesa oscuridad, Caixa, Ñack,
el edil y los seguidores de Caixa aguardaban con tensión y premura el arribo de
Danak. De pronto y después del paso de algunas horas de tensa espera, los
vieron aparecer. Detrás de ellos la ciudad hervía y se agitaba como lo hace un
hormiguero cuando es pateado. Al llegar Danak les pidió a todos que lo sigan;
de inmediato todos se pusieron en marcha y emprendieron la fuga. Caixa tomó en
sus brazos a la vieja Ñack y corrió junto a su amigo. La vieja no podía creer
lo que sus ojos de simiombre le mostraban; detrás de ella una ciudad distinta
se estaba constituyendo, una ciudad oscura los estaba buscando; realmente toda
la ciudad los quería atrapar y tomar sus vidas. “¿Qué nos ha pasado?, ¿en qué terminará todo esto?, ¿por qué te fuiste?”
Terminó su pensamiento en directa alusión al antiguo y sabio rey de los
simiombre, Biteosh.
La huida no fue muy afortunada,
ocho hombres y unas seis mujeres del sequito de Caixa perecieron en el intento;
el edil fue uno de los últimos en caer bajo las flechas y los dardos del los
guardias de Ruyck; los demás gracias a sus habilidades y sobre todo a la buena
fortuna pudieron llegar a la espesura de la selva.
En esa vertiginosa carrera Danak
le preguntó a Caixa:
-
¿Quieres pasarme a mi tía?
-
No, yo puedo –respondió con voz confusa y agitada.
Con las plantas golpeándoles el
rostros y con un hervidero de soldados persiguiéndolos Danak logró divisar
entre la espesura de la jungla un animal que los observaba detenidamente. Era
el viejo jaguar, que sentado en un tronco roído por la humedad miraba todo con
detenimiento; en su mirada no había sorpresa sólo había resignación. Luego que
los vio pasar, a ellos y a sus perseguidores, giró su formidable cabeza y
desapareció cual ente fantasmagórico.
En Kombóq Quank daba su última y
rutinaria ronda. Lo que vieron sus ojos lo sorprendieron a más no poder. En
dirección de la ciudad de Kubbláh vio a Danak y a su hermana corriendo
alocadamente; por detrás de ellos Caixa, con la vieja Ñack en sus hombros,
parecía no tener rostro por el cansancio que traía. Detrás de éste, y
visiblemente agotado un solo hombre de su séquito real. Nadie más venía con
ellos, los demás seguidores de Caixa fueron pereciendo de a uno en uno bajo el
ataque insistente de los soldados de Ruyck.
Como le habían sacado un kilómetro
de distancia, al llegar Danak puso al tanto a su lugarteniente. Quank que era
tremendamente leal a Danak no pidió explicación y de inmediato ordenó a sus
soldados pertrecharse y prepararse para recibir el ataque.
El tiempo pasó de distintas
formas para todos, para algunos se hizo demasiado corto, para otros una
eternidad; pero para todos en Kombóq, fue realmente desolador ver como de la
espesura de la jungla un enorme ejército, comandado por la gárgola llamada
Tarck, hacía su bulliciosa aparición.
Detrás de su parapeto Caixa se
dirigió a Danak:
-
Esto no me gusta nada.
-
A mi tampoco –respondió Danak–; pero si queremos vivir
tendremos que resistir.
Al ver que la situación se ponía
cada vez más y más complicada, Caixa le ordenó a su único lacayo regresar a su
ciudad y traer refuerzos de inmediato. Danak no se percató de esa maniobra
hasta que vio al hombre de Caixa tomar uno de los caballos que habían quedado
en el pueblo y partir a toda velocidad.
-
¿Qué haces? –le preguntó Danak, mientras veía como el
caballo se perdía dentro de una nube de polvo.
-
Pidiendo refuerzos –respondió Caixa, con total soltura.
-
Pero eso te convertirá en el enemigo de Ruyck y la cosa
es entre él y yo.
-
Mira amigo –dijo Caixa–; yo estoy aquí por ti y tu
familia, vi lo que le hicieron a tu tía, observé en que querían convertir a tu
hermana, fui testigo del asesinato sin piedad de mis hombres y ¿todavía crees
que la cosa no es contigo solamente? Deja de soñar –se respondió a si mismo–; a
demás tu eres mí amigo y si Ruyck es tu enemigo, pues también lo es mío.
Mientras esa escueta pero
sincera, explicación de Caixa para con Danak se estaba realizando, del otro
lado del pequeño desmonte los soldados de Tarck comenzaban a tomar posición de
ataque. En ese momento la vieja Ñack se acercó a su sobrino y le comentó:
-
He escuchado a Ruyck y a esa gárgola pergeñar una
invasión a las Tierras del Sur.
-
¿¡Con qué propósito!? –preguntó asombrado Danak.
-
No lo se hijo, no lo se –respondió la vieja ante la
sorprendida mirada de Caixa.
-
Esto se pone cada vez peor –afirmó Caixa.
Y ni bien terminó de decir esas
palabras una andanada de flechas, cual enjambre furioso, cayó sobre las
defensas del pueblo y unos pocos legionarios leales a Danak cayeron en ese
primer ataque. Al ver eso Danak ordenó contraatacar y sus soldados no dudaron
un segundo. Así fue como comenzó la batalla de Kombóq y la primera guerra civil
entre simiombres.
A Danak muchas cosas le pasaban
por su cabeza, no entendía en que se estaba convirtiendo su raza. Recordaba las
sabias palabras de Biteosh y veía la actualidad y su imaginación no daba
crédito a lo que estaba sucediendo.
Las horas pasaban y el sol dejaba
de ser testigo para pasarle la posta a la luna; esa batalla entre hermanos
afectó muy hondo a todos y al parecer a la luna misma, que al ver lo que
sucedía debajo suyo se escondió rápidamente detrás de un espeso nubarrón que
viajaba solitario por el cielo nocturno. Debajo de aquel oscuro pero estrellado
firmamento ambos bandos no dejaban de lanzarse flechas entre si. Los arqueros
de Danak no daban tregua a cada intento de avance del enemigo. Un poco por su
habilidad y otro poco por el lugar elegido para la construcción del pueblo,
hacía que el acceso a Kombóq se hiciera realmente dificultoso para el ejército
invasor. De pronto desde las líneas defensivas escucharon la vos de Tarck que
ordenaba el cese del ataque.
Dentro de la torre de vigilancia
y luego de una hora de haberse detenido la agresión, Danak, Caixa y Quank
planificaban los movimientos a seguir de allí en adelante.
-
¿Cuántas flechas nos quedan? –preguntó Danak.
-
Para uno o dos días más –respondió Quank–. Pero si
ellos deciden atacarnos masivamente seremos superados sin mucho problema.
-
¿Cuánto demorarán tus refuerzos? –le preguntó Danak a
Caixa.
-
Si todo le fue bien y no le ocurrió algo fortuito, para
el amanecer deberían estar aquí.
-
Entonces debemos pensar en resistir la noche –aseguró
Danak.
La noche transcurrió en una
moderada calma, la luna al ver lo que sucedía abajo se animó a salir
nuevamente. Luego de un tiempo todo hacía suponer que el sitio había culminado;
pero con el sol saliendo por el horizonte en Kombóq se dieron cuenta que esos
pensamientos estaban errados, ya que con los primeros rayos del sol y desde la
espesura de la selva las primeras flechas cruzaron el cielo, cual enjambres de
abejas asesinas, e impactaron en el pertrechado pueblo.
Mientras Caixa y Danak miraban lo
que sucedía y mientras arengaban a sus legionarios, por detrás de ellos
apareció un simiombre y les dijo en tono efusivo:
-
¡¡llegaron!!
Ambos se dieron vuelta y lograron
ver como los refuerzos hacían su aparición.
-
¡Ya era hora! –exclamó en voz baja Caixa, al mismo
tiempo que se enorgullecía de ver el poderío que traía su ejército.
La vista que tuvo Caixa y los
demás fue alentadora, pues con Xactun, el comandante de Caixa, venían tres
divisiones de infantería, dos de arqueros y dos de caballería. El despliegue
bélico dispuesto por el reino de las Tierras Altas para ayudar a Danak y en
especial para defender a su jerarca, era extremadamente superior al ejército dirigido
por la gárgola. Tarck jamás pensó en un contrincante tan decidido y tan
imponente; fue en ese momento que tomó la decisión de retirarse, pues el plan
no consistía solamente en hacer desaparecer a Kombóq, el verdadero plan era
otro y para ello necesitarían a todos sus legionarios sanos y con fuerzas.
Cuando los refuerzos llegaron al
centro del poblado, Xactun fue recibido muy efusivamente por Danak y Caixa; pero
con la parsimonia y tosquedad que a Caixa tanta veces le incomodaba, Xactun
preguntó:
-
¿Hemos llegado tarde?
-
No amigo. Para nada, has llegado justo a tiempo –le
respondió Caixa.
Caixa tenía esas cosas, había
logrado mucho desde aquel encuentro con la gárgola Ancar. Caixa seguía siendo
un insoportable, pero era más tolerante y más tolerado; aquella gran guerra lo
había cambiado para bien, ya que un cambio rotundo debió haber tenido Caixa,
porque sino nadie se podría explicar el nombramiento de Xactun como su
comandante. Xactun era el otro extremo, era seco, parco, ermitaño, poco
sociable, todo eso era compensado por su hombría de bien. Muchos o casi todos y
en secreto como su esposa Wanda, presentían que Xactun le recordaba mucho a esa
gárgola amiga que se llamaba Ancar y con la que tantas diferencias tuvo desde
un comienzo.
-
Tus fuerzas los ha amedrentado de sólo verlas –comentó
Danak, continuando con el recibimiento.
Por detrás de todos y apoyada en
el hombro de su todavía asustada sobrina y mientras Xactun descendía de su
renegrido caballo, Ñack comentó:
-
Disculpen hijos que una anciana se entrometa en cosas
de hombres.
Nadie expresó palabras al
respecto; es más todos prestaron atención y en especial su sobrino.
-
Se han ido porque están preparando una invasión a las Tierras
del Sur y no se quieren desgastar luchando con nosotros –aseguró con voz senil,
pero aplomada.
-
Pero nosotros ya conocemos su plan y le podremos dar
aviso a Kokeshke y Shía –comentó Caixa.
-
Si amigo –dijo Danak–, nosotros lo sabemos; pero entre
las Tierras del Sur y nosotros están las fuerzas de Ruyck y todas sus legiones
–le explicó Danak.
-
¡Maldita sea! –exclamó Caixa– ¿¡Cómo haremos!? Es
indispensable llevarles la noticia –replicó evidentemente molesto por la
situación.
-
No lo se amigo. Algo se nos va a ocurrir –respondió
Danak, mientras que la vieja Ñack consolaba a Caixa.
El día transcurrió sin demasiados
sobresaltos, la enfermería estaba haciendo esfuerzos denodados para curar a los
heridos; los muertos eran acomodados y puestos a disposición para darles una
digna sepultura. Mientras tanto, en las afueras del pueblo, Xactun recibía con
beneplácito las provisiones para sus soldados; Quank por su parte ordenaba
restablecer y reforzar las defensas del poblado. En todo el pueblo alguien
estaba haciendo algo para mejorar la situación, todos estaban abocados a sus
tareas; y en la choza de Danak, éste y Caixa trataban de elucubrar un plan que
les pudiera ser útil para avisarles a Kokeshke y Shía del peligro que les
estaba por caer encima.
Pensaron distintos planes, pero
de tanto dar vueltas, verles el lado positivo y el negativo a cada cosa que se
decía, siempre este último ganaba la partida. No había caso, Ruyck había
pergeñado muy bien su propósito: había sacado del medio a Danak y entre él y su
meta había cientos de miles de legionarios dispuestos a dar la vida por Ruyck.
Caixa podría haber intentado una invasión a Kubbláh pero eso no detendría la
invasión, lo que había que pensar era, en como hacerles saber a Kokeshke y a
Shía que los estaban por invadir. Danak y Caixa pensaron tanto, sin encontrarle
la vuelta, que en un momento Caixa tuvo un mal comentario:
-
Bueno, dejemos esto así. El pueblo de Kokeshke y Shía
esta compuesto de guerreros, seguro que ellos podrán solos.
La mirada de frente y fija de
Danak, que anunciaba un mal momento para Caixa, hizo que éste se retractara y
dijera:
-
Perdón, es que estoy agotado. ¿Cómo hacemos para llegar
antes que Ruyck?
-
Mira Caixa –le dijo seriamente Danak–; no se como
haremos, lo que si sé que iremos. Ellos no te abandonaron cuando tu pueblo los
necesitó. Ahora ellos son los que nos necesitan.
-
Está bien –replicó Caixa–, lo que sucede es que estoy
agobiado.
-
¡Por el camino de Elem! –exclamó en voz baja la vieja
Ñack, demostrando que no se entretenía viendo como discutían.
-
¿¡Cómo!? ¿¡por dónde!? –preguntaron al unísono Caixa y
Danak.
-
Por el camino que tomó Elem para rodear la selva, en
aquella gran batalla final. –aseguró la vieja.
Ambos se miraron y recordaron que
el maligno había llegado desde las montañas y no había entrado a la Selva
Negra; es más, ahí Danak recordó, en voz alta, al pilche que se escabulló por
esos senderos cuando ellos conocieron por primera vez a Caixa, a Ancar, a
Zagros y a los demás.
-
Así es hijo. No sé si llegarán antes, pero tengan por
seguro que llegarán rápido.
Sin decir una palabra más al
respecto Danak y Caixa salieron raudos de la choza y de inmediato se pusieron a
armar los preparativos para su viaje al sur.
Esa noche Danak casi no durmió.
Se la pasó en vela intentando encontrarle un sentido lógico a toda esta locura
desatada por parte de Ruyck. “¿Qué quiere.
. .?”, se preguntó una y otra ves esa noche. También le vinieron los buenos
momentos vividos con su familia y luego recordó las veces que su tía y su
hermana, medio en burla o medio en serio, lo bromeaban preguntándole cuando le
llegaría el amor. Esa noche se lo puso a pensar y muy por dentro encontró a
alguien que realmente lo había amado; o por lo menos eso pensaba. “¿Qué habrá sido de ella?. . .” pensó
intentando buscarla con su mente en la ciudad de Kubbláh. Esta simiombre
siempre había estado al lado suyo, siempre intentando estar cerca, pero Danak
nunca quiso, o nunca se dio cuenta. El tiempo no siempre lo puede todo; para
Danak, Calima hubiera sido una buena esposa.
-
¿Qué te sucede? –le pregunto su vieja y sabia tía,
interrumpiendo sus penares.
-
Todo –respondió Danak–; estuve pensando ¿Qué será de la
vida de Calima? Hace años que no la veo.
Sabiendo que aquella joven había
fallecido, Ñack no se lo dijo, pero sin embargo le comentó:
-
No lo se hijo. Pero siempre te dije que era una buena
mujer para ti.
-
Ya lo sé tía. Pero. . .
-
No digas nada. Ya no se puede volver el tiempo atrás –interrumpió
la vieja.
-
Si la encontrara le diría cosas que jamás le he dicho.
-
Eso habla bien de ti, pero ahora hay que descansar,
porque creo que se vienen días largos y peligrosos.
-
Por eso la recuerdo, tía. Cuando tuve la oportunidad no
lo hice y ahora no puedo.
-
Ya se te dará el momento.
-
Creo que no.
-
¿Por qué dices eso?
-
Porque creo que todo esto llevará al exterminio de
nuestra estirpe.
-
Siempre habrá un simiombre que le dé continuidad.
-
No lo creo –dijo Danak dándose vuelta en su camastro
para mirar bien a su tía.
-
¿Por qué crees eso?
-
Salimos de una guerra y entramos en otra mucho más
innecesaria.
-
En eso tienes razón hijo. Pero siempre estarás tú y tu
hermana, los que te siguen y yo, para que nuestra raza perdure.
-
Cómo siento no tener los mismos pensamientos positivos
que tú.
-
Los tienes; sólo que no los dejas fluir.
-
Lo que sucede, es que si no llegamos antes que las
hordas de Ruyck, los de las Tierras del Sur van a creer que somos todos iguales,
y conociendo a Kokeshke y a Shía no escatimarán esfuerzos para hacernos pagar
culpas que no tenemos. Si Amúk todavía estuviera con vida, la situación sería
otra.
-
En eso tienes razón. Pero te aconsejo que descanses y
dejes que el tiempo haga sus entretejidos; que de seguro saldremos bien parados
de todo este lío.
Como última palabra del diálogo,
Danak acarició el arrugado rostro de su tía madre y se dispuso a intentar
conciliar el sueño. La vieja Ñack, sabiendo que muchas cosas que se habían
dicho ahí y en especial las que había dicho su sobrino eran muy ciertas y
tenían un elevado porcentaje de
concretarse, se levantó de su silla, acurrucó como si fuera un niño a Danak, lo
beso en la mejilla y se retiró a su dormitorio dónde la esperaba durmiendo su
otra sobrina.
Al amanecer, unos minutos antes
de que el sol empezara a despuntar su brillo en el firmamento, con Danak y
Caixa a la cabeza el ejército comenzó a desfilar hacia la cordillera en
búsqueda del camino tomado por Elem años atrás. En ese momento la tenue claridad
de la incipiente mañana se tornó en una oscuridad absoluta. Al mirar al cielo
pudieron observar centenares de gárgolas volando hacia el sur. La invasión
estaba comenzando.
-
Perdón por el pesimismo que me caracteriza, pero creo
que no llegaremos a tiempo. –comentó Caixa.
-
No importa –dijo Danak– tenemos que intentarlo.
Fue en ese momento en que los
casi dos mil soldados que iban en dirección de las Tierras del Sur aceleraron
su marcha. No hizo falta que nadie los alentara, los unían un objetivo en común;
detener una locura que se estaba desatando sin sentido aparente.
Por la tarde y ya a los pies de
las enormes montañas, que eran la antesala de la descomunal cordillera que
recorría todo el continente de norte a sur, al ejército de Danak y Caixa se les
acopló otro de simiombres. Al verlos acercarse todos dudaron, los músculos se
tensaron y la adrenalina comenzó a recorrer los cuerpos; pero al verlos más de
cerca y en la forma que se acercaban se dieron cuenta que era un ejército
desertor.
-
¿¡Qué hacen acá!? –preguntó tajantemente Danak.
-
Venimos a ayudar –respondió, el que parecía estar a
cargo de aquellos soldados.
-
¿Cómo te llamas? –le preguntó Caixa, mirando de reojo a
su amigo.
-
Mi nombre es Yunt y te seguiremos –respondió el
simiombre que estaba a cargo del comando–, vimos lo que te sucedió y está
sucediendo; y estamos contigo.
-
Está bien –replicó Danak–, ponte con tus legionarios en
la retaguardia.
Mientras los recién llegados se
colocaban en sus lugares Caixa por lo bajo de susurró a Danak:
-
Esto no me gusta nada.
-
A mi tampoco, pero no es hora de escatimar soldados –apuntó
Danak–; más adelante veremos cuanta razón tenemos en desconfiar.
Así fue como el ejército de Caixa
y Danak ingresaron al escarpado paisaje que se les presentaba ante sus retinas.
La imponente cordillera o el lomo del dragón como se la sabía denominar en
aquella época, los esperaba fría y silenciosa. Una vez dentro y luego de andar
por varios senderos sinuosos se dieron cuenta que no encontraban la ruta que
Elem había tomado en antaño.
-
No creo que el ejército del maligno haya venido por acá
–señaló Caixa en directa alusión a lo angosto de los caminos.
-
Me parece que tiene la razón –afirmó Danak.
-
¡Por acá! ¡Acá está! –gritó Quank, desde su lugar en la
fila y luego de pasar por un recodo.
Volviéndose unos cuantos metros
atrás vieron que de ese cruce surgía un camino bastante más ancho que los
demás. Antes de ingresar con todos sus hombres, Danak y Caixa se adelantaron.
Una vez dentro del enorme callejón pudieron corroborar que estaban por buen camino;
pues el clima del lugar había preservado muy bien las huellas de los quilcos.
Con un frío corriéndole por su
espalda al ver las huellas, Caixa expresó:
-
¡Por fin! Ahora sí que llegaremos.
El viaje por el ancho pasaje se
hizo a paso extremadamente veloz. Sólo se detenían unos minutos a descansar y
continuaban el viaje. El sol y la luna los veían decididos a llegar lo más
rápido posible, por eso cuando ese día se hizo presente la vegetación empezó a
cambiar de fisonomía. Lo agreste estaba quedando atrás, junto con el páramo que
los rodeó durante todo el viaje; al frente se desplegaba cual manto verde, una
enorme y casi infinita pampa. Esta llanura se la veía fértil, vigorosa y salpicada
con enormes islotes de frondosos árboles, parecían estar al frente de un infinito
océano verde. Caixa y Danak, de todos los ahí presentes, fueron los únicos en
conocer ese paraíso; los demás lo conocían por cuentos y fábulas. Por eso fue
que una rara sensación los cubrió a todos. Habían llegado a las legendarias
Tierras del Sur.
-
Señor, nuestros hombres necesitan un descanso –sugirió
Xactun.
-
Los nuestros también –replicó Quank.
-
Está bien –dijo Danak– ¡descansen!
-
Pero sólo unos minutos –Agregó Caixa.
Mientras los soldados se tomaban
su merecido respiro, Danak y Caixa se alejaron del grupo y se pusieron a deliberar
en los pasos a seguir.
-
Ya estamos en las Tierras del Sur –dijo Caixa– ¿Ahora
por dónde continuamos?
-
No tengo la menor idea –respondió Danak–; la única vez
que vine fue contigo y entramos por el paso de la catarata.
-
Perfecto –expresó Caixa, con algo de mal humor– hemos
desplegado un enorme ejército para ayudar a nuestros amigos y el señor está
perdido.
Ese comentario le pareció de muy
mal gusto a Danak, pero de un modo u otro tenía razón. Pero fue ahí que algo se
le iluminó en la cabeza.
-
Seguiremos por el callejón tratando de encontrar más
huellas de quilcos –sugirió Danak–; si tenemos suerte ellas nos llevarán al
abismo de donde se escapó Elem. De ahí en adelante nos será más fácil; creo.
Caixa por unos segundos dudó, pero
luego dijo:
-
Nos arriesgaremos.
Habiendo visto que sus soldados
habían descansado lo suficiente, ambos al unísono ordenaron continuar la
marcha.
El sinuoso camino los llevó a
costear profundos precipicios. La belleza natural que los rodeaba, contrastaba
totalmente con el peligro inminente de desbarrancarse. De pronto Danak señaló
al frente y le comentó a Caixa:
-
Por el tamaño, ese debe ser el Monte Omín.
-
Si es así, debemos estar cerca.
Con el atardecer sobre sus
cabezas llegaron casi sin querer al pie del Monte Omín; a un costado estaba el afamado
Callejón de los Sacrificios y al otro extremo se podía observar una enorme y
pesada roca apoyada al costado de una oscura y tenebrosa abertura.
-
Ese debe ser el abismo –opinó Danak.
El lugar parecía haberse detenido
en el tiempo; es más parecía que había sido olvidado por todos y por todo. A su
alrededor había muy poca vegetación, era como si algo extremadamente siniestro
no la dejara crecer. Si bien el atardecer le estaba dejando paso a la noche, en
ese místico lugar algo había que lo tornaba más oscuro; no se escuchaban
animales, ni insectos. Todo eso intranquilizaba a todos y en especial a los
caballos, que parecían presentir que algo maligno todavía revoloteaba por el
lugar.
-
¿Y ahora qué hacemos? –preguntó Caixa rompiendo de un
golpe el silencio hecho por todos.
-
Ahora vamos al este –apuntó Danak.
Y con la noche posándose de lleno
sobre el paisaje, el ejército comandado por Caixa y Danak viró hacia el este,
dejando tras de sí el siniestro y silencioso panorama que rodeaba al Monte
Omín.
El paso era veloz y sostenido,
pero a su vez extremadamente silencioso; nadie quería delatar su presencia. A unos
kilómetros de camino, el ejército se topó con una especie de hondonada. Desde
ese lugar pudieron divisar, debajo de un gigantesco ombú las siluetas de unas casas
de piedra y allí se detuvieron.
-
Parece que ahí no ha sucedido nada –intuyó Caixa al ver
la tranquilidad que reinaba en el entorno.
-
Así parece –comentó Danak– pero tendremos que
cerciorarnos.
-
Sin ofenderte amigo –expresó Caixa– por tu apariencia
debería ir yo a averiguar que está sucediendo.
Danak no lo miró de mal modo,
entendió lo que su amigo le decía y comprendió que sería lo más apropiado. Por
eso no puso objeción y dejó ir a Caixa solo.
Luego de caminar un rato, Caixa
llegó a la modesta villa que se guarecía de los elementos debajo de la gigantesca
copa del añoso ombú. Al entrar se dio cuenta, con asombro, que estaba desierta.
Revisó casi todas las casas y no encontró a nadie. De pronto y cuando ya había
decidido volverse, un tenue resplandor le hizo girar su mirada hacia una de las
moradas. Se acercó con sigilo y lentamente comenzó a abrir su pesada puerta de
madera rústica. Una vez que se abrió una vos de mujer lo asustó preguntándole
que necesitaba.
-
¿Me dejas entrar? –pregunto suavemente Caixa.
-
Adelante –señaló la voz.
Una vez dentro pudo ver a tres
ancianas y unos veinte niños alrededor de una pequeña hoguera.
-
¿Qué buscas forastero? –le preguntó una de las tres
ancianas.
Caixa no respondió de inmediato,
sólo miró a su alrededor y cuando salió de su asombro preguntó:
-
¿Dónde están los demás?
-
Ha habido un ataque en la frontera norte y todos,
hombres y mujeres, partieron para ayudar.
-
¿Cómo hago para llegar allá?
-
No creo que una sola persona logre cambiar el curso de
una batalla –dijo otra de las ancianas–, porqué no te quedas o vuelves con los
tuyos.
-
Lo que sucede. . .
-
Yo te diré como llegar. Dijo por detrás suyo una voz
masculina.
Al oírla Caixa desenvainó su
espada y giró de un solo movimiento, y fue allí donde pudo ver que el que le
hablaba era el Garivao. La sorpresa lo inundó de un solo golpe, por eso sólo
atinó a saludarlo estrechándole su mano. Luego el Garivao le preguntó:
-
¿Qué haces tan lejos de tus tierras?
-
Nos hemos enterado de la invasión y venimos en ayuda.
-
Hablas en plural, pero estás sólo tú –alegó el Garivao,
casi con ironía.
Caixa intuyó que estaba al
corriente, pero también sabía la forma que tenía el Garivao de expresarse ante
los demás, por eso no le prestó demasiada atención.
-
No, no estoy solo, a unos doscientos metros, allá
arriba de aquella loma está Danak y unos dos mil trescientos soldados.
Sin perder tiempo Caixa salió de
aquella humilde morada y con una antorcha les hizo señales a sus hombres. Al
cabo de unos minutos el ejército de Danak y Caixa atestaron la villa.
Luego de los saludos y luego que
Danak explicara su intención, el Garivao los comenzó a guiar hacia donde se
estaba desarrollando la invasión. En el camino dejaron atrás varias poblaciones
totalmente desoladas. A toda carrera y con el sol empezándoles a pegar de lleno
en sus cabezas, llegaron a la cima de una amplia meseta. Luego de cruzar el
manantial que pasaba en ella y después de llegar al otro extremo de la meseta,
pudieron ver la triste realidad que se desarrollaba en la llanura que estaba
unos cien metros de distancia. En aquella planicie miles de simiombres luchaban
a destajo contra las férreas defensas de los Hombres del Sur.
Capítulo 3
El Resurgir de Mistra
La imagen que se podía observar
desde aquella meseta, contrastaba fuertemente con la belleza del paisaje que la
rodeaba. En aquella verde y exuberante planicie hombres y mujeres luchaba palmo
a palmo contra las fuerzas invasoras. Sin pensar y casi al unísono Danak y
Caixa, desde su lugar privilegiado de observación, dieron la orden de atacar.
En el campo de batalla los
hombres del sur luchaban a destajo defendiendo la villa que se encontraba
siendo sitiada por simiombres y gárgolas. Los legionarios dirigidos por Ruyck daban
una encarnizada pelea apoyados por decenas de gárgolas que eran, a su vez,
comandados por Tarck.
Mientras el ejército de Caixa y
Danak se iba acercando al centro del combate, Caixa logró divisar como Kokeshke
se debatía ferozmente contra tres oponentes a la vez. Por su parte, Ruyck que
se encontraba sentado en su trono a un costado de la contienda vio como el
ejército rebelde, como él denominada a los seguidores de Caixa y Danak, se
acercaba presto a la batalla. Desde su lugar de observador y mientras cuatro
súbditos hacían fuerza sosteniendo el trono en el cuál él se encontraba
cómodamente apoltronado, con una seña de su mano derecha ordenó a su ejército
retirarse del combate.
La retirada del ejército invasor
se comenzó a realizar justo en el momento que las huestes de Danak y Caixa, con
el Garivao, ya convertido en su forma lobuna, a la vanguardia rebasaban a toda
velocidad el flanco izquierdo de los hombres del sur y chocaban de costado
contra las primeras líneas enemigas. La caballería de Caixa arrasó con una
buena parte de esa primera línea; los legionarios de Danak, cayeron como lobos
hambrientos sobre el enemigo y los arqueros desataron un vendaval de flechas
contra las gárgolas que sobrevolaban el sector.
El choque fue tremendo, ruidoso y
sangriento; los jinetes de las Tierras Altas iban y venían sobre las filas
enemigas, mientras estos intentaban replegarse; los legionarios rebeldes,
demostraban porque estaban a las ordenes de Danak. A su vez, las gárgolas al
ver esa furibunda agresión intentaron contraatacar, pero fueron repelidos por
los arqueros de Caixa y de los hombres del sur. Esa escaramuza duró poco, pues
las legiones de Ruyck se replegaron tal cual su rey lo había ordenado. Las
últimas en abandonar el campo de batalla fueron las gárgolas de Tarck. Éste
ultimo, sin que nadie se percatara de su maniobra y aprovechando el descontrol
reinante, tomó a Ruyck por los hombros y se lo llevó a las alturas con él.
La planicie que rodeaba la villa
invadida estaba realmente desfigurada. Todo lo verde estaba teñido de rojo y el
esponjoso pasto que la cubría había desaparecido en distintos lugares para
dejar a su vez tierra pisoteada y humedecida de sangre. Los defensores de las Tierras
del Sur estaban realmente fatigados. La imagen que a Caixa le vino a su cabeza
fue terrible, porque el escenario en el cual se encontraba era exactamente
igual a aquel que había ocurrido una década a tras en la meseta de su ciudad;
cuerpos mutilados por doquier, pero esta vez no había quilcos y eso era lo que
más le dolía. Kokeshke interrumpió aquel sueño surrealista diciendo con su
habitual parquedad:
-
Han sido muy oportunos.
-
Sí. –señaló Caixa, volviendo a la realidad que lo
rodeaba.
-
Así parece. –replicó Danak, mientras le extendía su
mano para saludarlo.
-
El Garivao nos ha guiado hasta acá –comentó Caixa,
mientras era saludado por Kokeshke–; si no fuera por él no creo que hubiéramos
encontrado este lugar.
-
¿Cómo se enteraron de la invasión? –preguntó Kokeshke
frunciendo su seño.
-
Es muy larga la historia para contártela ahora. –manifestó
Danak.
-
¿Por dónde vinieron? –indagó seguidamente Kokeshke.
-
Por el camino que Elem tomó para llegar a la meseta de
Karplak –contestó Caixa.
-
Fue realmente una bendición –aseguró Kokeshke.
-
¿Y tu hermana? –preguntó el Garivao, nuevamente en su
cuerpo de hombre.
-
Aquí. Detrás de ti, cachorrito –le respondió Shía,
completamente cubierta de tierra y sangre enemiga.
Shía se acercó a los recién
llegados, saludo a cada uno y muy especialmente al Garivao; situación que fue
notada de inmediato por Caixa, que de esas cosas jamás se perdía algo, y con
una seña de no saber que estaba ocurriendo le preguntó a Kokeshke. Éste notando
el ademán, por lo bajo le contestó:
-
Hace cinco años que están en pareja.
-
Si es así ¿Por qué el Garivao no estaba en la pelea? –acotó
en voz baja y con algo de suspicacia Caixa.
Sin que Shía y el Garivao
escucharan la escueta conversación, Kokeshke le respondió:
-
El ataque nos tomó de sorpresa. Nadie esperaba una
invasión, y menos de ustedes –dijo mirando a Danak–; perdón –agregó–, de los
simiombres. Nos tomaron con las defensas bajas –siguió explicado–, y el Garivao
estaba haciendo su ronda por la zona del Monte Omín. Allí han estado ocurriendo
cosas extrañas.
-
Fue en la villa cercana al abismo donde nos encontró –aseguró
Danak.
-
Ahí fue dónde los encontré –afirmó el Garivao,
intercediendo en la conversación–; estaba por venir para acá cuando los
encontré en aquella villa –agregó.
-
¿No han visto o notado algo extraño por esa zona? –preguntó
seguidamente Kokeshke.
-
No. –dijo Caixa.
-
En realidad no –aseguró Danak–, ¿Por qué lo preguntas?
Mientras los soldados
transportaban a los muertos y heridos a la villa contigua, el Garivao le
respondió a Danak:
-
Hace más de tres meses que se han visto y escuchado
cosas raras por aquella zona.
Mirándolo seriamente a Caixa,
Danak comentó:
-
Hace más o menos seis meses yo fui exiliado del reino y
hace más o menos esa fecha que todo cambió en Kubbláh.
-
Me parece que todo debe tener que ver con todo –sugirió
Shía, metiéndose de lleno en la conversación.
Mientras trataban de descifrar lo
sucedido hasta ese momento, Kokeshke los invitó a ingresa al interior de una de
las casa de la villa. Dentro de ella y con la hoguera como compañía todos
comentaron los hechos acaecidos hasta ese momento y la decisión que se tomaría
de ahí en adelante.
Las construcciones de los Hombres
del Sur eran muy variadas, cada zona o territorio tenía su propia arquitectura.
Esta en especial estaba construida con una especie de ladrillo de barro y
pasto; el techo estaba soportado por gruesas vigas de quebracho blanco y sobre
ellas enormes planchas de lajas; como puntales de esas vigas, columnas de
quebracho colorado soportaban todo el peso del techo. Dentro de ella el piso era
de tierra y la hoguera central, hacía de estas moradas muy acogedoras en
temporadas invernales.
Desde la desaparición física de
Amúk la vida en las Tierras del Sur cambió notoriamente. Los clanes
desaparecieron como territorios independientes y se unificaron en uno solo.
Solamente se mantuvieron las jerarquías por castas. En esa época todo el
territorio del sur estaba unificado en un solo pueblo; las fronteras internas
se habían abolido, las diferencias entre clanes habían desaparecido y todo el
territorio era gobernado por un solo cacique. Por elección de todos, sin
importar su estirpe o su casta, eligieron por primera vez a una mujer como su
gobernante. Todos esos cambios no fueron de un día para el otro. Hubo muchas
deliberaciones entre los distintos concejos, discusiones y enfados; pero al
final y sabiendo que eso era lo mejor para todos, la elección de quién
gobernaría los territorios del sur recayó en Shía.
Luego de contarles a los recién
llegados todas las reformas sociales que habían realizado, uno de los generales
de Kokeshke pidió permiso para entrar y dirigiéndose a Shía dijo:
-
Se han divisado movimientos de gárgolas en la zona del
abismo.
Esa información alertó a todos
dentro de la casa y en espacial al Garivao, que de improvisto se puso de pie y
dijo:
-
hay que llegar cuanto antes; esa no es una buena noticia.
-
¿Qué sucede? –preguntó Shía intuyendo algo malo,
mientras los demás entendían poco y nada de la situación.
Fue ahí que al ver la sorpresa de
todos, el Garivao de puso de pie y les contó:
-
¿Recuerdas Caixa, cuando hace diez años me dijiste que
por fin Elem había muerto?
-
Sí. Cómo no lo voy a recordar.
-
¿Y recuerdas lo que dije en ese momento?
-
Lo recuerdo. Recuerdo que dijiste que si bien Elem
había desaparecido físicamente su espíritu seguiría intacto. Porque su fuerza
radica en nuestras debilidades.
-
Así es querido amigo. También te comenté en aquella
época que todo volvería a ocurrir si el egoísmo, la maldad, la soberbia y la
ambición invadía nuevamente al mundo.
-
¿Y todo eso que tiene que ver con lo que sucedió aquí? –preguntó
Danak, intentando entender la situación que hacía meses le estaba carcomiendo
el alma.
-
De lo que hablo, amigo simiombre –dijo el Garivao–, es
lo que tú injustamente has padecido. Ruyck, tu rey, tiene todos esos
deleznables atributos; las gárgolas lo olfatearon y de ahí en más todo puede a
volverse a repetir.
-
¿Y entonces qué haremos al respecto? –preguntó Shía,
ante la seria y atenta mirada de su hermano gemelo.
-
Por lo pronto intentar impedir que Ruyck llegue e
ingrese al abismo –explicó el Garivao–; pues si lo logra estaremos en un peligro
mucho más grande que hace diez años. Porque lo que dice la profecía es, que si Mistra
vuelve a surgir su poder será el doble y si Elem también lo hace, la sombra
reinará para siempre y todo lo que conocemos y sabemos de este mundo jamás será
igual.
Sabiendo que su pueblo sería el
primero en sufrir las consecuencias, Shía se puso de pie y le ordenó a su
hermano que prepare al ejército de las Tierras del Sur.
-
No hay tiempo para ello –señaló el Garivao–, debemos
movilizarnos rápido.
-
Pero seremos superados en número –aseguró Shía.
-
Al principio puede ser –remarcó el Garivao, ante la
atenta mirada de todos; pero si envías a un general que aliste a todos los
soldado que pueda podremos intentar detenerlos hasta que el resto del ejército
del sur llegue, recuerda que con nosotros ya están Danak y Caixa, además tu
hermano será mas que útil en esta batalla.
Sin más que discutir, Shía le dio
la orden al general que había ingresado anteriormente y éste salió raudo a
buscar a todo el ejército del sur. Pero la charla se interrumpió cuando uno de
los guardias que estaba fuera de la choza gritó: “¡Estamos siendo atacados!
¡Somos atacados!”.
De inmediato todos los que
estaban dentro de la casa salieron a ver lo que sucedía y al levantar la vista
vieron una nube de gárgolas volando hacia ellos. Caixa por su parte, un poco
nervioso por la situación intentó agudizar su vista y al darse cuenta que no
estaba equivocado les gritó a todos:
-
¡No disparen; no disparen! –alertó a todos, mientras
los arqueros tensaban las cuerdas de sus arcos–; ¡es Ancar, es Ancar! –agregó
con una sonrisa en su rostro.
Y así fue nomás; luego de
sobrevolar en círculos por encima de la villa, las doscientas gárgolas se
posaron a orillas del pueblo y Ancar a pocos metros de donde estaban todos
mirando. Luego de los saludos de rigor Caixa con extrema algarabía le preguntó:
-
Amigo mío. ¿Cómo te enteraste?
-
De la misma manera que las otras gárgolas; por el
olfato –Respondió escuetamente, como era su costumbre.
-
¿Y Maimodes? –preguntó Shía, mientras le estrechaba su
mano.
-
Está preparando nuestro gran ejército.
-
¿¡Tanto es todo esto!? –preguntó con inquietud Danak.
-
Sí, así es –afirmó el Garivao–; y si no nos apuramos
puede ser peor.
Sin más tiempo que perder y sin
prolegómenos al respecto todos los generales recibieron la orden de ir de
inmediato a la zona del abismo. Por su parte, Ancar tomó de los hombros a Shía,
Val´der, general de Ancar, agarró a Kokeshke y desplegando sus membranosas alas
comenzaron su viaje hacia el abismo. Por debajo del vuelo de las gárgolas,
Caixa cargó sobre su caballo a Danak y junto con el Garivao, ya convertido en
el guerrero instintivo y animal en el que se convertía para luchar, encabezaron
la carrera hacia la zona de conflicto.
En pleno vuelo y con la parquedad
que los tenía acostumbrados, Ancar le presentó a su general, a Shía y a
Kokeshke.
Val´der no era una gárgola común
y corriente y no sólo era el general de los ejércitos de Ancar. Val´der era la
hija y heredera de Maimodes. Por eso cuando le vieron su contextura física algo
intuyeron. Ya que las gárgolas hembras eran mucho más grandes que los machos.
Mientras los siete guerreros viajaban
raudamente hacia el abismo, en la villa Quank, Xactun y Tehuelck, general de
Kokeshke, preparaban sus divisiones para partir. Las primeras en tomar rumbo
hacia el objetivo, fueron las gárgolas. Unos instantes después, y cuando los
ejércitos terrestres estaban a punto de ponerse en marcha, una andanada de
flechas y dardos apareció de la nada. Un ejército simiombres que los atacaba
nuevamente. Sin dudar un segundo, pero a la vez sabiendo que su objetivo
primordial era llegar al abismo, los generales a cargo dieron la orden de
contraatacar; y la planicie que rodeaba la villa se volvió a convertir en un
sangriento campo de batalla.
El combate se hizo atroz, sin
tregua y sanguinario. Muy rápidamente ambos frentes acortaron distancia y
chocaron ferozmente. En los alrededores se pudo oír y sentir el impacto de
ambos ejércitos; la tierra tembló por unos segundos y todo animal salvaje que
se encontraba en las cercanías desapareció sin dejar rastro, parecía que no
querían ser testigo de aquella descomunal pelea.
La oleada de guerreros iba y
venía por toda la pradera; la confusión era tal que desde fuera no se podía
distinguir cual era el ejército amigo y cual el enemigo. De pronto y
percatándose que la demora que estaban teniendo, Tehuelck le gritó a Xactun:
-
Con tus jinetes ve al abismo y da aviso de lo está
sucediendo acá.
Asintiendo con su cabeza en señal
de haber escuchado la orden, Xactun a los gritos le ordenó a su caballería que
lo siguieran, y cuando estaban a punto de salir del confrontamiento, su paso
fue cortado repentinamente por Yunt y los simiombres que lo seguían.
-
¡Traidor! –le gritó Xactun, al tiempo que esquivaba
fortuitamente una flecha que éste le arrojaba.
Con el frente de batalla
desgajándose en ambas líneas y con la salida hacia el abismo totalmente cortada
por el simiombre traidor, Xactun no dudó y con furia extrema arengó a sus
soldados y se trenzó en una pelea sin igual. . .
Mientras tanto, llegando al
abismo, Ancar pudo divisar a lo legos a Tarck llevando consigo a Ruyck.
Aumentando su velocidad le dijo a Shía:
-
¿Podrás atinarle desde acá?
-
Lo intentaré –y sin mediar más palabras tensó su arco y
disparó.
La flecha surcó los aires a una
velocidad incalculable, y sin que Tarck se percatara de lo que le estaba por
suceder, la saeta desgajó parte de su ala derecha haciendo que perdiera el
control y cayera en picada. En su pelea por no caer pesadamente, Tarck controló
algo su estabilidad y tocó tierra trabajosamente, a unos ciento cincuenta
metros del abismo. Una vez en el piso, la enorme gárgola y Ruyck rodaron por
causa del golpe. Al ver el accidente de su jerarca, las demás gárgolas miraron
azorados aquella caída y cuando ubicaron a los agresores y atacaron a Ancar y a
los demás.
Sabiendo que estaban en
inferioridad numérica, Val´der y Ancar se escabulleron detrás de unas rocas que
sobresalían de la base de un pequeño peñasco. Al ver eso desde tierra, Caixa y
el Garivao también se escabulleron entre las mismas rocas. El escondite de los
siete guerreros estaba a tan sólo uno cincuenta metros del lugar de la caída de
Tarck; pero no pudieron avanzar mucho más porque fueron atacados por el
contingente de gárgolas. Sin dudar un segundo los siete desplegaron sus arcos y
devolvieron el ataque. El Garivao presintió primero y corroboró después que
Ruyck tenía la intención de ingresar al abismo. Fue ahí que, sin dudar un
segundo y mientras sus compañeros repelían el ataque salió de su escondite y
esquivando ágilmente los ataques de las gárgolas, encaró a toda carrera hacia
la dirección de Ruyck. Éste, medio atontado por la caída, corrió a los tumbos
hacia el abismo y cuando estuvo por caer presa de las garras del Garivao, Tarck
interfirió topetando vigorosamente al Garivao. Rodando hacia un costado el
Garivao frenó su caída clavando sus garras en el piso empolvado y pedregoso.
Desde su parapeto Ancar y los demás pudieron escuchar el chillar de sus uñas
raspando las rocas peladas; y cuando se incorporó para seguir con su carrera,
Tarck con una sonrisa maléfica dibujada en su rostro le dijo:
-
Ya es tarde.
Con ojos desorbitados el Garivao
vio como Ruyck se zambullía de cabeza dentro del abismo. Sólo él sabía lo que
sucedería a partir de ese momento. Sabiendo que por Ruyck no se podía hacer
nada, atacó furiosamente a Tarck.
La suerte, la providencia o el
oportunismo salvaron a la gárgola de las furiosas garras del Garivao; pues
desde la nada y como si todo ya estuviera planeado desde mucho antes, uno de
los guerreros de Tarck lo tomó de sus hombros y lo arrebató de la tierra. Desde
su lugar defensivo Shía pudo ver con ojos angustiados como la malévola gárgola
se elevaba ayudada por otra; a su vez el odio la carcomía porque por al estar
bajo el asedio de las demás no podía ayudar a su amado.
-
Lo hecho, hecho está –dijo Tarck mientras se alejaba
del Garivao–; desde ahora una Nueva Era comenzará –agregó mientras esbozaba de
par en par una enorme y maliciosa sonrisa burlona.
Petrificado por esas palabras y
sabiendo cual era la connotación, el Garivao sólo atinó a mirar hacia atrás y
en esa mirada triste, cansada y agobiada, pudo ver como los soldados de Ancar
se acercaban a toda velocidad; al tiempo que Tarck y sus secuaces huían y se
adentraban sobre los picos nevados de la cordillera. . .
Mientras tanto en la pradera
contigua a la villa, dónde la batalla se seguía librando de forma encarnizada, Tehuelck
y sus hombres, junto con la caballería de Xactun formaban una brecha para salir
del encierro que le habían propuesto los legionarios de Ruyck; al tiempo que el lugarteniente de Danak y sus
simiombre contenían el avance del otro flanco. Pero cuando estaban por salir
del encierro nadie se percató del vuelo de unas gárgolas, pero eso le dio a
Yunt y sus legionarios el aviso de que el plan estaba concretado, y fue en ese
momento que el ejército invasor se retiró y se escabulló en lo oscuro de la Selva
Negra. . .
En el abismo, el Garivao no podía
creer lo que había ocurrido, años estuvo patrullando la zona y en ese momento todo
se había desboronado. Por detrás de él y de uno en uno se le fueron acercando:
Kokeshke, Caixa, Ancar, Danak, Val´der y por último Shía, que se la notaba
mucho más derrotada que al resto. Pues ella sabía, tal como el Garivao, lo que
pasaría a partir de ese momento. Detrás de los seis y como una formidable
bandada de aves gigantesca, aterrizaron las gárgolas de Ancar.
Con la desazón de no haber podido
detener el plan maléfico de Ruyck y maldiciéndolo en su idioma de simiombre
Danak expresó en tono de resignación.
-
¿¡Qué hacemos ahora!?
Y cuando el Garivao le iba a
responder, la tierra y todos sus alrededores comenzaron a temblar como si se
estuviese gestando algo extremadamente malo en su interior. Los temblores se
hacían cada vez más intensos y se comenzaban a sincronizar con el sonido de una
carcajada que se empezaba a sentir dentro, en lo profundo del abismo.
-
¡No podemos permitir que lo que está por salir del
abismo logre su cometido! –exclamó el Garivao.
Pero para gran sorpresa de éste,
la gran roca que vieron en su pasada por el lugar Caixa y Danak y que estaba a
una orilla de la entrada, y que sirvió por centurias para bloquear la salida
del abismo; ya no se encontraba. Luego de dos temblores tremendos y
ensordecedores, del interior oscuro y siniestro del abismo comenzó a surgir un
ser que nadie en las Tierras del Sur y en ningún otro lado del mundo, quiso ver
aparecer. Del interior sombrío del abismo todos los ahí presentes fueron
testigos del resurgir de Mistra.
Al verlo, el Garivao no dudó y sin
mediar palabras, enceguecido por todo lo que había sido Mistra para él en
centurias pasadas se le arrojó encima. Con esa acción antes sus ojos, Shía y
los demás intentaron imitarlo; pero de la nada y como espectros demoníacos aparecieron
las gárgolas de Tarck y los detuvieron. Con Mistra caminando parsimoniosamente
hacia el Monte Omín, dónde quedaba la fortaleza de su padre, Elem; las
gárgolas, con Tarck a la vanguardia entablaban en una feroz pelea contra el
Garivao y los demás. Si bien el Garivao poseía una fuerza descomunal y contaba
con las gárgolas de Ancar, las de Tarck los superaban abusivamente en número y
sus intentos por despojarse de aquel ataque se hacía cada vez más vano, y con
furia veía como Mistra de a poco y como burlándose una vez más de él, se
acercaba a su antigua morada.
La fortaleza que había quedado
desierta y arrumbada por todos esos años, a medida que Mistra se acercaba se
iba tornando en su color habitual, el rojo. Sobre la caldera del volcán,
espesas y renegridas nubes comenzaban a cubrir el paisaje, tal cual lo había
hecho por centurias. Esos negros nubarrones, como hacía diez años atrás,
comenzaban a denotar que el mal estaba libre otra vez.
El paisaje se comenzó a tornar
mucho más agreste de lo que ya se encontraba, parecía que una peste se empezaba
a propagar por toda la vegetación. A medidas que Mistra se acercaba a la
fortaleza, los nubarrones se hacían cada vez más oscuros, los relámpagos
relucían cada vez más furiosos, los truenos ensordecían aún más y como si
corriera veneno por sus sabias los escasos pastos, arbustos y árboles se
secaban como si envejecieran de un solo instante.
Las gárgolas de Ancar, el Garivao
y los demás no lograban sobrepasar la férrea defensa que les imponían los guerreros
de Tarck; pero todo empeoró aún más, cuando desde el lugar menos esperado
surgieron los simiombres encabezados por el traidor Yunt.
Total y absolutamente rodeados,
el Garivao y los demás sólo pudieron ver, sin poder hacer más que defenderse
del ataque, como con total altanería Mistra ingresaba a la antigua morada de su
padre.
Una vez dentro del Monte Omín las
gárgolas y los simiombres agresores dejaron de luchar y se replegaron al
interior de la fortaleza. Dentro de la misma se comenzaron a oír chillidos y
gritos que daba la sensación que todo el monte estaba cobrando vida propia y
fue en ese momento que Caixa, totalmente fatigado por la batalla, preguntó:
-
¿¡Y ahora!?
-
Volvamos a la villa cercana, debemos reagruparnos y
pedir de inmediato refuerzos. –respondió Kokeshke, habiendo entendido cuál era
el problema que los aquejaba en ese momento.
-
Veámosle la parte positiva a la situación –dijo por
detrás de todos Shía.
Al unísono todos incrédulamente
la miraron y ella sin perder su templanza comentó:
-
Sí por qué no –dijo sacudiéndose la tierra que cubría
su cuerpo–; lo positivo es, que ya sabemos que todos están dentro del monte.
Entendiendo a medios sus dichos,
Danak expresó:
-
En cierta forma tiene razón. Debemos sitiar la
fortaleza.
-
Parece ser lo más sensato –espetó Kokeshke.
-
Dejemos que las gárgolas de Ancar cuiden la zona y
volvamos para preparar un plan de contingencia –comentó el Garivao.
Pero con la decisión tomada
tuvieron que escuchar las palabras de Ancar, pues hasta ese momento no había
dicho nada:
-
Espero que tengan razón; pero recuerden que a Mistra se
lo creyó muerto aquí y apareció por sorpresa en el reino de Zagros.
Mientras los escuetos, pero
veraces dichos de Ancar comenzaban a rondar por las cabezas de todos, el grupo
entero comenzó su recorrido hacia el poblado cercano y ahí esgrimir o urdir una
estrategia a futuro. . .
Capítulo 4
El Conflicto de los
Guardianes
En la villa que quedaba a unos
pocos kilómetros del Monte Omín y a la que Caixa y Danak habían encontrado al
llegar a las Tierras del Sur, la primera orden impartida por Shía, fue enviar a
todos los ancianos, niños y personas con incapacidades para luchar, junto a dos
batallones de soldados a replegarse a un sitio más seguro.
Ante semejante situación y
mientras los más desvalidos se encaminaban hacia su resguardo; los mensajeros
partían hacia los demás poblados para apresurar el arribo de los demás
ejércitos.
Mientras todo eso ocurría, las
deliberaciones seguían su desenfrenado curso. Los más osados pugnaban por un
ataque inmediato a la fortaleza. Los más cautelosos querían esperar a ver que
pasaba; por ese motivo y viendo que no se estaba llegando a un punto en común
Kokeshke tomó la palabra:
-
Demos atacar ya. De esa forma los podemos agarrar con
las defensas bajas.
-
Creo que debemos esperar, saber cuál es el movimiento
ellos van hacer. –apuntó Caixa.
Luego de deliberar por varias
horas y con la noche poniéndose cada vez más oscura, el Garivao fue quién tuvo
la palabra decisiva; y esas fueron, la de atacar lo antes posible y no permitir
que el enemigo se fortalezca.
Al Garivao se lo veía muy
tensionado. Muchas imágenes le retornaron a su mente. Su caída en desgracia por
culpa de Mistra se hacía más fuerte en su cabeza. Por dentro se juraba no
permitir que eso fuera a pasar nuevamente. Todo eso Shía lo sabía muy bien y
como intuyendo lo que se estaba por venir, intentaba ponerle paños fríos a los
dichos de su amado.
-
No –exclamó el Garivao, mientras Shía le pedía algo de
calma–. Los ejércitos de Maimodes llegarán en cualquier momento. Por eso
debemos tomar la iniciativa.
Sin más que decir y sabiendo muy
dentro de ella que el Garivao tenía mucha razón; al igual que Kokeshke, la
decisión final fue atacar masivamente a la fortaleza del Monte Omín.
La idea apuntaba a un solo
objetivo, pero era muy osada. Consistía en ingresar a la fortaleza, destruir
sus todavía debilitadas defensas y aniquilar a Mistra.
Cuando la luna se estaba
colocando en su parte más elevada en el firmamento, dos ejércitos de las villas
del sur hicieron su arribo. En ese momento Ancar le ordenó a Val´der regresar a
su reino y apresurar la llegada de los guerreros de Maimodes.
-
¿Estás seguro de lo que haces? –preguntó Shía.
-
Sí –respondió escuetamente el Garivao, ante la atenta y
furtiva mirada de Caixa.
-
¿No lo estarás haciendo por lo que te pasó hace tiempo?
-
Sí –confesó rápido–. Bueno no –se desdijo
inmediatamente–; hay que atacar porque los ejércitos quilcos todavía no están
formados.
-
Le noto a tu hermana un brillo distinto en su mirada
cuando se dirige al Garivao. ¿Está muy enamorada? –le preguntó de soslayo Caixa
a Kokeshke.
-
Conociéndola como la conozco creo que sí –y fue ahí que
Kokeshke le comento parte de la historia entre Shía y el Garivao:
En aquella época, cuando la gran
guerra contra Elem y Mistra unió en combate a Shía y al Garivao, éste último no
era muy bien visto por las Tierras del Sur. Es más era considerado un ogro, un
ermitaño y a veces peligroso para quién osara cruzarse en su camino.
Según cuenta la historia, el
Garivao es uno de los Guardianes creados por Mapuam.
Mapuam, una vez que terminó de
crear al mundo y antes de que diera a luz a los hombres, creó a los Guardianes.
Estos tendrían la tarea de cuidar, proteger y hacer que vivan en equilibrio y armonía
todos los seres creados por ella. La diosa Mapuam al ver como una madre loba
defendía con fiereza a sus crías, tomó parte de su esencia y de varios animales
más y le dio vida al Garivao, para que él
sea el Guardián de los animales y de la tierra.
El Garivao fue bautizado por su
creadora con el nombre de Anuak. Su tarea fue simple al principio de los
tiempos, todo se complicó con la llegada de los hombres. Cuando ellos fueron
puestos sobre la tierra por la diosa; Elem, que también fue una creación de
Mapuam, comenzó hacer sus tropelías.
Elem y Anuak eran hermanos, sólo
que Elem era el mayor y tenía el cargo más alto en el escalafón de los Guardianes.
A Elem, la diosa Mapuam le había encomendado la regencia de toda la tierra en
su conjunto y en especial de los Guardianes.
La historia más adelante contará
el motivo del descarrío de Elem, pero antes de que ello sucediera, Anuak y Elem
eran mucho más que hermanos, eran amigos. Después de que Elem se revelara
contra su madre creadora; Nauheim, la hija mayor de la primera gárgola, se alió a Elem; de ahí
en más comenzó el problema para el resto de las gárgolas.
Éstas que también fueron creadas
por la diosa, estaban educadas para ser las Guardianes del aire y de las
plantas; pero en el momento que Nauheim se pasó a las filas de Elem, el resto
de su especie comenzó a padecer con los humanos. Pues éstos, al ser agredidos
por Nauheim y sus seguidores, no diferenciaban a una gárgola de otra; los
hombres sólo se limitaban a defenderse y atacar sin preguntar cuando veían a
uno de estos seres alados.
Anuak jamás entendió la postura
de Elem. Intentó una y mil veces convencerlo de que cambiara su actitud.
“¿¡Qué se cree nuestra madre!? Nos tira estas sanguijuelas que no
cuidan nada de lo que ella ha creado –supo decir Elem, en referencia a los
hombres– ¿y yo que he creado a los quilcos,
para solucionar ese problema, soy el descarriado? ¿¡no se da cuenta que mis
quilcos son mucho mejor que sus humanos!?” –le preguntó esa vez a Anuak
antes de que se enemistaran totalmente.
En una de las últimas charlas que
tuvieron entre ellos, antes de que todo terminara como terminó, Anuak le
suplicó casi de rodillas:
-
¡Hermano! Reconsidera y destruye lo que has creado.
-
Jamás lo voy a hacer –remarcó Elem–; ella se ha ido y
me dejó a cargo. Soy el que ordena y acá se hace lo que yo digo. ¿No te das cuenta
que mis quilcos son mas cuidadosos con lo que nuestra madre ha creado?
La diosa Mapuam para esa época se
había retirado. Ella prometió regresar a ver como iba evolucionando lo que
había creado; pero habían pasado centurias y no regresaba. Por tal motivo Elem
se encargó de tomar la voz de mando y hacer lo que hizo.
-
Tú sabes que no debemos desobedecer. Ella se puede
enojar y eso no está bueno para nadie –le expresó Anuak.
-
Cuando venga que se enoje –replicó Elem– le demostraré
a Mapuam quien manda acá y porque creé a los quilcos.
-
No me obligues a ponerme en tu contra. Ya sabes lo que
pienso de todo esto y de tus quilcos.
-
Piensa lo que quieras ¿No ves que nos ha abandonado a
nuestra suerte?
-
Ella volverá.
-
Ya debería haber vuelto y no lo ha hecho.
-
Algo la debió retrasar.
-
Ya no me importa –expresó con soberbia Elem–; yo estoy
a cargo de todo acá y el que no cumpla mis órdenes será tratado como un traidor
a la causa.
-
¿De qué causa me hablas? El único mandato que tenemos
es: obedecer los dictamines de Mapuam.
-
Las ordenes que Mapuam me dejó fueron que cuidara todo
los creado por ella y es lo que estoy haciendo.
-
¿Atacando a los hombres?
-
Sí. Fue un error crearlos.
-
¿Y quienes somos nosotros para cuestionar eso?
-
¿No te das cuenta que estos humanos son una peste? Se
procrean sin ton ni son, destruyen su hábitat y se maltratan entre ellos.
-
Nuestra madre debió tener una razón valedera para
crearlos –replicó Anuak, sabiendo muy por dentro suyo que Elem algo razón
tenía.
-
No le encuentro una razón lógica, crear algo para que eso
destruya lo ya creado.
-
Y tú te estás poniendo en ese mismo plano –le refutó
Anuak–; tus acciones y las de Nauheim contra los hombres son igual de
prejudiciales que las que tienen los humanos con la naturaleza. ¿No te das
cuenta que lo que haces también la perjudica?
-
Son una plaga y como tal debe ser erradicada.
-
Yo no seré una herramienta de tus actos.
-
Entonces ya no serás mi hermano y te convertirás en mi
enemigo.
-
¿Por qué no tratamos de hacerles entender a los Hombres
de que cambien sus vidas? –le preguntó Anuak, haciendo oídos sordos a aquella
frase amenazadora–. Para ello vimos la luz, para eso somos los administradores.
. ., los guardianes. Los que llevan el equilibrio.
-
Ya me cansé –replicó Elem, visiblemente ofuscado.
-
Yo no voy a ser partícipe de tus actos y sabes que no
soy el único que piensa de esa manera.
-
Sí lo sé. Están las gárgolas y las sirenas.
Neferitirs, la madre de Nauheim,
tampoco comulgaba con la idea de rebelarse contra Mapuam. Es más ella estaba
enfurecida con Elem por haber inducido a su hija a ponerse en contra de ella y
de sus pares, y por sobre todo por el problema que le había acarreado con los
hombres; pues estos no diferenciaban a una gárgola de otra y apenas veían una,
la atacaban sin piedad y sin preguntar. Por tal motivo las relaciones entre
ambos se habían quebrado hacía un largo tiempo, y en vez de mejorar las cosas
se iban complicando entre ellos. Ya habían discutido en pésimos término. Neferitirs
le había jurado a Elem y a su hija, que iba a proteger a los hombres aunque a
ella eso en realidad no le competía mucho, pues sus órdenes eran cuidar los
cielos y las plantas.
-
A Neferitirs ya te la pusiste en contra. ¿Harás lo
mismo conmigo? –preguntó Anuak.
-
Lo hecho, hecho está –replicó Elem–. Ese engendro alado
sabrá a que atenerse, al igual que tú.
-
Ahora la llamas engendro –dijo Anuak, eludiendo
nuevamente la amenaza de Elem– Cuando a ustedes los ha unido situaciones muy
fuertes.
-
Ella es mi hermana, menor que yo en edad y rango, y por
tal motivo me debe obedecer.
-
Eso no te da derecho –refutó Anuak enojado.
-
Me lo da la investidura que me obsequió Mapuam.
-
¿Y así le pagas? ¿qué vas ha hacer con Marlon?
Marlon era el otro hermano de
Elem. Elem era el mayor de cuatro hermanos, le seguía Marlon, luego Neferitirs y
por último Anuak. Eran los cuatro Guardianes Principales. Elem regía en toda la
tierra y ese beneficio, Mapuam se lo había concedido por ser el más fuerte, el
más inteligente y por sobre todo, por ser el mayor de los cuatro. Los demás a
medida que fueron creados fueron teniendo distintas responsabilidades.
Marlon fue creado para regir en
las aguas y los seres marinos. Marlon tampoco comprendía mucho la razón que
impulsaba a Elem; pero jamás estuvo en contra, sólo se limitó a hacer su
trabajo: “Mientras que no se meta en mi
reino yo no me meteré en el de él”, supo decirle una vez a Anuak cuando
éste fue a visitarlo para que entre ambos intentaran convencer a su hermano
mayor que lo que estaba haciendo era un error.
Las sirenas nunca quisieron
participar de aquel conflicto. Es más no les importaba mucho, pues Marlon, su
regidor, era bastante introvertido y de pocas palabras; mientras no se metieran
con él, él no tendría problemas. . . Pero todo cambió con el transcurrir de los
años y fue el mismo Elem quien se destacó en promocionar su enfado.
-
Tú sabes muy bien que Marlon y sus sirenas hacen lo
suyo y no se meten en cosas ajenas. –le expresó Elem con respecto a Marlon.
Sabiendo que Elem tenía mucha
razón, Anuak intentó nuevamente convencerlo:
-
Hermano, te lo digo por última vez. Deja todo esto a un
lado y deja en paz a lo hombres.
-
¿Y qué quieres que haga con mis quilcos? ¿quieres qué
los destruya?
-
Ya veremos que rol ocuparán en esta tierra –respondió
Anuak–; deja todo de lado y comencemos de nuevo.
-
Mira hermanito –dijo Elem con voz compasiva, pero a la
vez irónica–; ya he decidido y acá no se discute más. ¿Estás de mi lado o en mi
contra?
Anuak se tomo uno segundo, sabía
que su respuesta lo marcaría de por vida. Luego de mirarlo fijamente no le
respondió, dio media vuelta y se retiro concluyendo la discusión.
-
¡Te estás poniendo en mi contra! –le gritó Elem.
Anuak seguía caminando dándole la
espalda a su hermano mayor.
-
¡Serás un traidor a partir de ahora!
Anuak se internó en un bosque
contiguo y desde allí escucho la voz desaforada de su hermano:
-
A partir de hoy serás mi enemigo. Ve con los humanos,
ellos te pagarán con la misma moneda que me estás pagando a mí.
De ahí en más las promesas de
Elem fueron cumplidas a raja tabla. Desde aquella última conversación en buenos
términos, signó una batalla titánica entre ambos. Neferitirs inmediatamente se
alió decididamente a Anuak; Marlon siguió con su desapego a las hostilidades y
sólo intervino cuando Elem destruyó a algunos seres humanos que convivían en
algunas islas cercanas a su reino. . .
Pero una parte del problema
terminó cuando después de centurias la diosa Mapuam regresó a ver como estaban
las cosas en su creación. Al llegar se encontró en pleno conflicto; al ver eso
de inmediato los llamó. Todos fueron, menos Elem. Mapuam se dio cuenta que le
había dado demasiado poder a su hijo mayor y su levantamiento estaba provocando
un exagerado daño a su creación. Entonces en plena reunión sólo atino a
preguntar:
-
¿Por qué?
-
Elem se ha sublevado y está destruyendo lo que creaste.
–respondió con ojos furiosos Neferitirs.
Visiblemente enojada Mapuam sólo
permaneció en silencio, solamente se dedico a escuchar a sus hijos.
-
Yo no quise intervenir, pero me obligó cuando se metió en
mi reino –comentó Marlon.
Mapuam permaneció en silencio.
-
Yo intenté convencerlo, pero me fue imposible. No pude
hacerlo entrar en razón –explicó Anuak.
Mapuam caminó alrededor de sus
tres hijos, los miró en silencio y con un además señaló un punto de la luna.
La luna hacía su recorrido diario
en esa noche estrellada cuando fue estremecida por la energía de Mapuam. Sus
tres hijos vieron en silencio y con asombro como la luna palidecía mucho más,
vieron como se estremecía ante tanto poder y vieron como de aquel enorme trozo
de roca creada centurias atrás por Mapuam, salía una bola de fuego y tomaba
rumbo hacia donde ellos estaban. El rostro de Mapuam estaba desconocido, tenía
una mezcla de ira y compasión; sus hijos miraban azorados como la bola de fuego
se agrandaba y se acercaba vertiginosamente hacia ellos. De pronto vieron que
la noche se convertía en día. Una rara visión era ver a la luna y a un pequeño
sol acercándose a toda velocidad hacia ellos. Anuak intuyó lo peor para él y
sus hermanos, y cuando quiso tomar la palabra el trozo de luna cayó sobre
ellos.
De miles de kilómetros se pudo
ver el hongo que levanto el impacto, la tierra se estremeció y los vientos
huracanados hicieron su destrozo. Elem, por su parte intuyendo que algo de eso
tenía que ver con él, se recluyó en su guarida. En el lugar de la reunión sólo
la silueta de Mapuam se podía divisar debajo de la densa y pesada cortina de
polvo. Después de unas horas, aquél polvo en suspensión desapareció y recién
allí los tres hermanos se pudieron dar cuenta que estaba sanos y salvos. A su
alrededor había quedado un enorme cráter de varios kilómetros de diámetro. Con
el tiempo y los años ese lugar sería conocido por los hombres, como el Valle de
la Luna.
En silencio los tres hermanos
vieron como su madre hacía otro movimiento con su mano y de la punta de sus
dedos apareció un cúmulo de energía. Los tres vieron azorados como esa energía
comenzaba a desplazarse desde los dedos de Mapuam hasta un lugar a orillas de
la cordillera, que tanto le había costado crear. Al llegar a sus laderas esa
energía comenzó a perforar un hoyo. Elem, que estaba escondido dentro del Monte
Omín, fue testigo privilegiado de la apertura del Abismo Sin Fondo, como lo
nombrarían mucho más adelante los hombres.
-
Les he dado las herramientas para que encierren a su
hermano en el lugar en donde no pueda hacer más daño a nadie, ni a sí mismo –dijo
Mapuam con voz cadenciosa pero firme.
Los hermanos quedaron en
silencio, ninguno supo entender esas palabras. Anuak fue el único que se
atrevió a hablar:
-
Madre, no entiendo lo que has hecho y menos lo que quieres
que hagamos.
Mapuam caminó nuevamente
alrededor de sus hijos, los miró detenidamente, con su mano les acarició las
cabezas dulcemente; en su mirada ya no se percibía enojo, se podía vislumbrar
una mirada tierna y maternal. Luego sentándose al frente de todos los invitó a
hacer lo mismo.
-
Hijos míos –dijo Mapuam con voz tierna y cálida–. Lo que les he traído, son
las herramientas que le servirán para asegurarse que Elem no haga más daño del
que ha hecho y no se dañe a sí mismo.
-
No entiendo –comentó Anuak.
Sentada en el suelo justo a
frente de sus hijos les explicó que el trozo de luna que había traído era para
que los hombres pudieran defenderse de los quilcos. Con respecto al abismo,
ella les explicó, que ese iba a ser el lugar en dónde tendrían que encerrar a
su hermano mayor cuando lo capturaran.
-
¿¡Por qué no lo haces tú!? –cuestionó visiblemente
ofuscada Neferitirs.
Con mirada dulce Mapuam sólo la
observó.
-
En eso tiene razón. –agregó Anuak, poniéndose del lado
de su hermana.
-
Yo digo lo mismo –señaló Marlon.
Mapuam acercó su mano a la cabeza
de cada uno de sus tres hijos, se las acarició, se acomodó el vestido blanco,
impoluto y lumínico entre sus piernas cruzadas y con una mirada maternal les
expresó:
-
Mi trabajo ha sido terminado. Yo les dí la luz a ustedes
para que mantuvieran el equilibrio en mi creación. . .
-
Pero. . . –quiso interrumpir Anuak.
-
Déjame terminar hijo –dijo Mapuam–. Yo les he dado vida
y poderes para que hagan todo lo posible para mantener el orden y la
estabilidad en mi creación. . .
-
Pero el mayor poder se lo diste a Elem –refunfuñó por
lo bajo Neferitirs.
Mapuam la miró y siguió hablando:
-
Ella tiene razón. Yo he sido desigual con ustedes, los
creé distintos y consideré que debían tener poderes distintos, pero veo que me
he equivocado. . .
Ante la muda y pasiva mirada de
sus hijos continuó diciendo:
-
. . .Estoy dispuesta a darles todo el poder necesario
para que hagan que Elem descienda al abismo y deje de hacer sus tropelías.
-
¿Y con sus quilcos que hacemos? –preguntó Anuak.
-
A los hombres ya les dí las herramientas para que se
defiendan.
-
No entiendo –dijo Marlon.
-
Lo que traje de la luna es un fragmento de ella
–aseguró Mapuam–; con esa roca los hombres podrán hacer armas y defenderse de
sus ataques. Esa roca tiene el poder de sacarle el hechizo que Elem posó sobre
sus creaciones.
-
¿Por qué matarlos? –preguntó Anuak– ¿no se podrían
incorporar a lo que ya creaste?
-
Anuak, hijo –dijo maternalmente Mapuam–; tu siempre
siendo tan compasivo.
-
Perdón madre, pero me niego a destruirlos. Ellos ya
vieron la luz, que el tiempo diga si merecen estar en tu creación o no.
-
¡Pero han sido una abominación creada por Elem! –exclamó
Neferitirs.
-
Yo creo lo mismo que Anuak –afirmó Marlon.
-
¡Hijos, hijos! –interrumpió Mapuam– Veo que has
aprendido bien –comentó mirando a los ojos a Anuak, su hijo menor.
-
No se si he aprendido o no he aprendido bien –le refutó
Anuak, ante la impávida mirada de sus hermanos–; lo único que tengo para decir
en este momento es que el que debe pagar con las culpas de todo es Elem. Los
demás somos victimas de su rebeldía.
Sus hermanos no podían creer las
palabras de Anuak, ellos ni en sus sueños más inverosímiles se hubiesen
atrevido a decirle algo así a Mapuam y menos en el tono que él lo dijo. Mapuam
con una mezcla de asombro y ternura intentó tomar la palabra pero fue detenida
intempestivamente, pero con educación, por su hijo menor:
-
Lamento decir esto –dijo Anuak mirando a sus hermanos–;
y ellos creo que me darán la razón –comentó señalándolos–. Bueno creo que tú no
estarás muy de acuerdo –intentó explicar mientras miraba a Neferitirs–. Pero
creo que lo que digo es justo –dijo intentando elegir las mejores palabras para
dirigirse a su madre–; lo que quiero decir es, ¿por qué no lo encierras tú? Tú
tienes el poder para hacerlo sin causar más daño del que se ha causado.
Nosotros por ahí lo podremos hacer, pero el daño que le haremos a tu creación
será bastante más de lo que supones. Él no se va a dejar encerrar así porque
sí. Será una batalla campal y muchos saldrán lastimados y habrá mucha más
destrucción de la que hay hasta ahora.
El silencio retumbó como un grito
entre todos los ahí presentes. Marlon que mucho no había intervenido en la
conversación miró azorado a Anuak y a su madre; Neferitirs, que tenía un
espíritu mucho más combatido que el resto y a su vez le causaba mucha rabia lo
que Elem había conseguido con su hija mayor, también lo miró sorprendida. Su
mal genio fue siempre sosegado por la presencia de Mapuam, pero muy dentro de
ella algo le decía que su hermano menor tenía razón. Por su parte Mapuam miró a
Anuak, recorrió con su vista a sus demás hijos, escudriñó en sus almas y antes
de que digan algo más al respecto les habló luego de un silencio que les
pareció eterno:
-
Hijos míos. Anuak tiene algo de razón en lo que dice.
Pero yo los he creado para que cumplan su designio y por lo que veo no quieren
hacerlo. . .
-
Madre. . . –intentó interrumpir Anuak.
-
Tú ya has dicho lo que tenías que decir –expresó Mapuam
sin ponerse seria–. Ahora hablo yo. Ya he tomado una decisión y espero que se cumpla
–dijo con un tono mucho más firme que el de antes–. Yo encerraré a Elem; los
quilcos desaparecerán, pues los ligaré a su esencia; no quedarán vestigios de
su presencia. Él será encerrado en el abismo y tú –dijo señalándolo a Anuak–;
serás el Guardián de su Calabozo. Tú serás el responsable de que no salga nunca
más de ahí. Si por alguna razón él escapa, serás castigado por desobediencia. .
.
-
¡Pero madre!. . . –intentó interrumpir nuevamente
Anuak, ante la silenciosa mirada de sus hermanos.
-
¡Ya he dicho! Y no se discute más. Vayan cada uno a sus
reinos que yo terminaré el trabajo que debieron terminar ustedes –agregó Mapuam
en tono severo.
Mientras sus tres hijos se
retiraban del lugar, Mapuam detuvo a Anuak y ante la mirada del resto le dijo:
-
A partir de ahora te concedo los mismos poderes y los
mismos deberes que le concedí a Elem; espero que lo sepas administrar muy bien.
Ese es mi obsequio por la valentía que tuviste en decirme las cosas que
realmente sentías en tu corazón. Pero si Elem se escapa tú serás castigado.
-
Pero madre. . .
-
Lo dicho, dicho está.
Los tres hermanos se retiraron y
Mapuam se abocó a buscar a su hijo descarriado. Una vez que lo halló, como a un
hijo caprichoso lo encerró en el abismo. Los quilcos, creaciones malvadas de
Elem, desaparecieron en ese mismo instante y todo en la Tierra de Mapuam
comenzó a cobrar el brillo que tenía antes de que ésta se retirara.
Los años se convirtieron en
historia y la historia, con el correr de las décadas se convirtió en presente.
Todo estaba muy tranquilo en la Tierra de Mapuam, pero lo que nadie sabía era
que Elem, previendo que alguna decisión en su contra se iba a pergeñar, tomó
sus recaudos.
Antes de ser encerrado en los
abismos Elem consiguió seducir a un rey humano y ante la avaricia de éste
último, Elem urdió su plan.
Ese ególatra, engreído, avaro, y
mísero rey se llamaba, por aquel entonces Hujmaal. Este rey fue tentado con
poder absoluto, fue tentado por Elem para ser un dios entre los hombres; pero a
cambio de todo ese poder debía pasar una prueba. La misma consistió en
asesinar, primero a su familia y después a su pueblo. Hujmaal jamás dudó y no
le tembló el pulso, su avaricia de poder lo cegó y cumplió la orden de Elem sin
perder el más mínimo tiempo. Al ver que éste cumplía sus órdenes sin siquiera
cuestionarlo, Elem lo premió, no sólo con lo prometido, sino también lo adoptó
como su hijo y de ahí en adelante Hujmaal dejaría de ser tal y se convertiría
en Mistra.
Todo ese ardid nadie lo sabía, ya
que el reino de Hujmaal se encontraba en un lugar extremadamente remoto de la
Selva Negra. Pero el tiempo transcurrió y el plan urdido por Elem en aquel
ancestral tiempo se cumplió.
Mistra convertido en un niño se
arrojo a las torrentosas aguas que recorrían los paisajes aledaños al abismo, Anuak
al ver eso cayó en la trampa y salió en su rescate; y fue en ese momento, en
que descuidó el encierro de Elem. Éste aprovechó y se escapó. A Anuak la ira lo
cautivó cuando vio en el engaño que había caído, y fue en ese momento que
intentó sacarle la vida a Mistra. Éste con ojos de terror pudo sentir la muerte
rondando por su cabeza, pero ese intento quedó trunco con la aparición de
Mapuam.
-
¡Qué haces! –le gritó Mapuam.
-
Me ha engañado y ha hecho que Elem se escape –respondió
Anuak con ojos inyectados de furia.
-
¡Déjalo! –ordenó Mapuam.
-
Pero. . .
-
¡Ya dije!
Y mientras Mistra se escabullía,
cuál rata entre los pastizales del monte que se encontraba a orillas de ese
torrentoso río, Mapuam cumplió su promesa, y convirtió a Anuak en el ser que los
hombres, de ahí en adelante, conocerían como el Garivao.
Anuak triste y abatido se recluyó
en el bosque Wokul. Ahí se escondió y por un tiempo nadie, ni sus hermanos
supieron de él. Sólo los quilcos y todo lo que tuviera que ver con Elem empezó
a padecer su presencia. Mapuam desde ese día no regresó jamás y todo lo que no
se debía padecer en su creación se comenzó a padecer.
Con el transcurrir de los años ocurrió
la Primer Gran Guerra contra Elem. Luego de culminada esa horrorosa contienda,
las cosas cambiaron para mejor. Shía se acercó demasiado al Garivao y éste sin
darse cuenta o sabiéndolo, se dejó seducir por ella. Con el tiempo las
situaciones se fueron sucediendo y con el tiempo el amor pudo mellar las duras
almas de ambos.
Fue en ese idílico tiempo de paz
que se forjó el amor entre Shía y el Garivao, y fue en esos últimos cinco años
que convivieron bajo el mismo techo. Anuak, o el Garivao, había dejado atrás su
exilio en el bosque Wokul y se había mudado a la misma casa en donde Shía hacia
las veces de Cacique Mayor. Desde hacía cinco años que vivían junto y desde esa
época que Kokeshke pugnaba por su sobrino.
Fue por todo eso que Shía comprendía
el enojo de su amado el Garivao o Anuak como se llamaba realmente. Fue por eso
que Shía intentó sosegarlo cuando dio la orden de ir y atacar la fortaleza,
pero muy dentro suyo sabía que no iba a poder; el odio del Garivao hacia Elem y
todo lo que de él proviniera era demasiado fuerte. Por eso viendo que la
decisión estaba tomada, sólo atinó a darle un fuerte abraso y un apasionado
beso. El Garivao se lo devolvió y con su áspera mano le acarició la panza. Toda
esa situación fue vista por Caixa, y cuando éste quiso comentar algo al
respecto, sintió un empellón por detrás. Era Danak, que le hacía señas de que
ni se le ocurriera decir algo.