jueves, 14 de junio de 2012

El Garivao. . .Su Historia


En aquella época; cuando la gran guerra contra Elem y Mistra unió en combate a Shía y al Garivao, éste último no era muy bien visto por las Tierras del Sur. Es más era considerado un ogro, un ermitaño y a veces peligroso para quién osara cruzarse en su camino. Según cuenta la historia, el Garivao es uno de los Guardianes creados por Mapuam. 
Mapuam, una vez que terminó de crear al mundo y antes de que diera a luz a los hombres creó a los Guardianes. Estos Guardianes tendrían la tarea de cuidar, proteger y hacer que vivan en armonía todos los seres creados por ella. Pero al ver una madre loba defendiendo con fiereza a sus crías, la diosa Mapuam tomó parte de su esencia y de varios animales más  y le dio vida al Garivao, para que él sea el Guardián de los animales y de la tierra. El Garivao fue bautizado por su creadora con el nombre de Anuak. Su tarea fue simple al principio de los tiempos, todo se complicó con la llegada de los hombres. Cuando los hombres fueron puestos sobre la tierra por la diosa; Elem, que también fue una creación de Mapuam, comenzó hacer sus tropelías. Elem y Anuak eran hermanos, sólo que Elem era el mayor y tenía el cargo más alto en el escalafón de los guardianes. A Elem, la diosa Mapuam le había encomendado la regencia de toda la tierra en su conjunto y en especial de los Guardianes. 
La historia más adelante contará el motivo del descarrío de Elem, pero antes de que ello sucediera Anuak y Elem eran mucho más que hermanos, eran amigos. Después de que Elem se revelara contra Mapuam, Nauheim, la hija mayor  de la primera gárgola se alió a Elem, de ahí en más comenzó el problema para el resto de las gárgolas. Éstas que también fueron creadas por la diosa, estaban educadas para ser las Guardianes del aire y de las plantas; pero del momento que Nauheim se pasa a las filas de Elem, el resto de las gárgolas comenzaron a padecer con los humanos; pues éstos, al ser agredidos por Nauheim y sus seguidores, no diferenciaban a una gárgola de otra, los hombres sólo se limitaban a defenderse y atacar sin preguntar cuando veían a uno de estos seres alados.  
Anuak, jamás entendió la postura de Elem; intentó una y mil veces convencerlo de que cambiara su actitud. “¿¡Qué se cree nuestra madre!? Nos tira estas sanguijuelas que no cuidan nada de lo que ella creó –supo decir Elem, en referencia a los hombres– ¿y yo que he creado a los quilcos soy el descarriado? ¿¡no se da cuenta que mis quilcos son mucho mejor que sus humanos!?” –le preguntó Elem a Anuak antes de que se enemistaran totalmente.
En una de las últimas charlas que tuvieron entre ellos, antes de que todo terminara como terminó, Anuak le suplicó casi de rodillas:
—¡Hermano! Reconsidera y destruye lo que has creado.
—Jamás lo voy a hacer –remarcó Elem–; ella se ha ido y me dejó a cargo. Soy el que ordena y acá se hace lo que yo digo. ¿No te das cuenta que mis quilcos son mas cuidadosos con lo que nuestra madre ha creado?
La diosa Mapuam para esa época, se había retirado. Ella prometió regresar a ver como iba evolucionando lo que había creado; pero habían pasado centurias y no regresaba. Por tal motivo Elem se encargó de tomar la voz de mando y hacer lo que hizo.
—Tú sabes que no debemos desobedecer. Ella se puede enojar y eso no está bueno para nadie –le expresó Anuak.
—Cuando venga que se enoje –replicó Elem– le demostraré a Mapuam quien manda acá y porque cree a los quilcos.
—No me obligues a ponerme en tu contra. Ya sabes lo que pienso de todo esto y de tus quilcos.
—Piensa lo que quieras –dijo Elem– ¿No ves que nos ha abandonado a nuestra suerte?
—Ella volverá. 
—Ya debería haber vuelto y no lo ha hecho.
—Algo la debió retrasar.
—Ya no me importa –expresó con soberbia Elem–; yo estoy a cargo de todo acá y el que no cumpla mis órdenes será tratado como un traidor a la causa.
—¿De qué causa me hablas? –preguntó Anuak–. La único mandato que tenemos es obedecer los dictamines de Mapuam. 
—Las ordenes que Mapuam me dejó fueron que cuidara todo los creado por ella y es lo que estoy haciendo.
—¿Atacando a los hombres? –preguntó Anuak.
—Sí. Fue un error crearlos.
—¿Y quienes somos nosotros para cuestionar eso?
—¿No te das cuenta que son una peste, estos humanos? Se procrean sin ton ni son, destruyen su hábitat y se maltratan entre ellos.
—Nuestra madre debió tener una razón valedera para crearlos –replicó Anuak, sabiendo muy por dentro suyo que Elem algo razón tenía.
—No le encuentro una razón lógica, crear algo para que eso destruya lo ya creado.
—Y tú te estás poniendo en ese mismo plano –le refutó Anuak–; tus acciones y las de Nauheim contra los hombres son igual de prejudiciales que las que tienen los humanos con la naturaleza. ¿No te das cuenta que lo que haces también la perjudica?
—Son una plaga y como tal debe ser erradicada.
—Yo no seré una herramienta de tus actos –objetó Anuak.
—Entonces ya no serás mi hermano menor y te convertirás en mi enemigo.
—¿Por qué no tratamos de hacerles entender a los Hombres de que cambien sus vidas? –le preguntó Anuak, haciendo oídos sordos a aquella frase amenazadora–. Para ello vimos la luz, para ser los administradores, los guardianes. Los que lleven el equilibrio.
—Yo ya me cansé –replicó Elem, visiblemente ofuscado.
—Yo no voy a ser partícipe de tus actos y como yo, sabes que no soy el único que piensa de esa manera.
—Sí lo sé. Están las gárgolas y las sirenas.
Neferitirs, la madre de Nauheim, tampoco comulgaba con la idea de rebelarse contra Mapuam. Es más ella estaba enfurecida con Elem por haber inducido a su hija a ponerse en contra de ella y de sus pares, y por sobre todo el problema que le había acarreado con los hombres; pues esto no diferenciaban a una gárgola de otra, apenas veían una la atacaban sin piedad y sin preguntar. Por tal motivo las relaciones entre ambos se habían quebrado hacía un largo tiempo y en vez de mejorar las cosas se iban complicando entre ellos. Ya habían discutido en pésimos término. Neferitirs le había jurado a Elem y a su hija, que iba a proteger a los hombres aunque a ella eso en realidad no le competía mucho, pues sus órdenes eran cuidar los cielos y las plantas. 
—A Neferitirs ya te la pusiste en contra. ¿Harás lo mismo conmigo? –preguntó Anuak.
—Lo hecho, hecho está –replicó Elem–, ese engendro alado sabrá a que atenerse al igual que tú.
—Ahora la llamas engendro –dijo Anuak, eludiendo nuevamente la amenaza de Elem– Cuando a ustedes los ha unido situaciones muy fuertes.
—Ella es mi hermana, menor que yo en edad y rango, y por tal motivo me debe obedecer.
—Eso no te da derecho –refutó Anuak enojado.
—Me lo da la investidura que me obsequió Mapuam.
—¿Y así le pagas? ¿Qué vas ha hacer con Marlon? –preguntó seguidamente Anuak.
Marlon era el otro hermano de Elem. Elem era el mayor de cuatro hermanos, le seguía Marlon, luego Neferitirs y por último Anuak. Eran los cuatro Guardianes Principales. Elem regía en toda la tierra y ese beneficio Mapuam se lo había concedido por ser el más fuerte, el más inteligente y por sobre todo, por ser el mayor de los cuatro. Los demás a medida que fueron creados fueron teniendo distintas responsabilidades. 
Marlon, el segundo de los cuatro, fue creado para regir en las aguas y los seres marinos. Marlon tampoco comprendía mucho la razón que impulsaba a Elem; pero jamás estuvo en contra, sólo se limitó a hacer su trabajo: “Mientras que no se meta en mi reino yo no me meteré en el de él”, supo decirle una vez a Anuak cuando éste fue a visitarlo para que entre ambos intentaran convencer a su hermano mayor que lo que estaba haciendo era un error.
Las sirenas nunca quisieron participar de aquel conflicto. Es más no les importaba mucho, pues Marlon era bastante introvertido y de pocas palabras; mientras no se metieran con él, él no tendría problemas. Todo cambió con el transcurrir de los años y fue el mismo Elem quien se destacó en promocionar su enfado.
—Tú sabes muy bien que Marlon y sus sirenas hacen lo suyo y no se meten en cosas ajenas. –dijo Elem con respecto a Marlon.
Sabiendo que Elem tenía mucha razón con respecto a Marlon, Anuak intentó nuevamente convencerlo:
—Hermano, te lo digo por última vez. Deja todo esto a un lado y deja en paz a lo hombres.
—¿Y qué quieres que haga con mis quilcos? ¿Quieres qué los destruya? –preguntó Elem, sabiendo muy por dentro suyo que fueron creados por él, sólo para dañar a los hombres.
—Ya veremos que rol ocuparán en esta tierra –respondió Anuak–; deja todo de lado y comencemos de nuevo.
—Mira hermanito –dijo Elem con voz compasiva, pero a la vez irónica–; ya he decidido y acá no se discute más. ¿Estás de mi lado o en mi contra?
Anuak se tomo uno segundo, sabía que su respuesta lo marcaría de por vida. Luego de mirarlo fijamente no le respondió, dio media vuelta y se retiro, concluyendo la discusión.
—¡Te estás poniendo en mi contra! –le gritó Elem.
Anuak seguía caminando dándole la espalda a su hermano mayor.
—¡Serás un traidor a partir de ahora!
Anuak se internó en un bosque contiguo y desde allí escucho la voz desaforada de su hermano:
—A partir de hoy serás mi enemigo. Ve con los humanos ellos te pagarán con la misma moneda que me estás pagando a mí.
De ahí en más las promesas de Elem fueron cumplidas a raja tabla. Desde aquella última conversación, en buenos términos, signó una batalla titánica entre ambos. Neferitirs inmediatamente se alió decididamente a Anuak, Marlon siguió con su desapego a la batalla, sólo intervino cuando Elem destruyó a algunos seres humanos que convivían en algunas islas cercanas a su reino. . .
Pero gran parte del problema terminó cuando después de centurias la diosa Mapuam regresó a ver como estaban las cosas en su creación. Al llegar la diosa se encontró en pleno conflicto; al ver eso de inmediato los llamó. Todos fueron, menos Elem. Mapuam de dio cuenta que le había dado demasiado poder a su hijo mayor y su levantamiento estaba provocando un exagerado daño a su creación. Entonces en plena reunión sólo atino a preguntar: 
—¿Por qué?
—Elem se ha sublevado y está destruyendo lo que creaste. –respondió con ojos furioso Neferitirs.
Visiblemente enojada Mapuam sólo permaneció en silencio, solamente de dedico a escuchar a sus hijos.
—Yo no quise intervenir, pero me obligó cuando se metió en mi reino –comentó Marlon.
Mapuam permaneció en silencio.
—Yo intenté convencerlo, pero me fue imposible. No pude hacerlo entrar en razón –explicó Anuak.
Mapuam caminó alrededor de sus tres hijos, los miró en silencio y con un además señaló un punto de la luna.
La luna hacía su recorrido diario en esa noche estrellada, cuando fue estremecida por la energía de Mapuam. Sus tres hijos vieron en silencio y con asombro como la luna palidecía mucho más, vieron como se estremecía ante tanto poder y vieron como de aquel enorme trozo de roca, creada centurias atrás por Mapuam, salía una bola de fuego y tomaba rumbo hacia donde ellos estaban. El rostro de Mapuam estaba desconocido, tenía una mezcla de ira y compasión; sus hijos miraban azorados como la bola de fuego se agrandaba y se acercaba vertiginosamente hacia ellos. De pronto vieron que la noche se convertía en día. Una rara dicotomía era ver a la luna y a un pequeño sol acercándose a toda velocidad. Anuak intuyó lo peor para él y sus hermanos y cuando quiso tomar la palabra el trozo de luna cayó sobre ellos.
De miles de kilómetros se pudo ver el hongo que levanto el impacto, la tierra se estremeció y los vientos huracanados hicieron su destrozo. Elem, por su parte intuyendo que algo de eso tenía que ver con él se recluyó en su guarida. En el lugar de la reunión sólo la silueta de Mapuam se podía divisar debajo de la densa y pesada cortina de polvo. Después de unas horas aquél polvo en suspensión desapareció y recién allí los tres hermanos se pudieron dar cuenta que estaba sanos y salvos. A su alrededor había quedado un enorme cráter de varios kilómetros de diámetro. Con el tiempo y los años ese lugar sería conocido por los hombres, como el Valle de la Luna.
En silencio los tres hermanos vieron como su madre hacía otro movimiento con su mano y de la punta de sus dedos apareció un cúmulo de energía. Los tres vieron azorados como esa energía comenzaba a desplazarse desde los dedos de Mapuam hasta un lugar a orillas de la cordillera, que tanto le había costado crear. Al llegar a sus laderas esa energía comenzó a perforar un hoyo. Elem, que estaba escondido dentro del Monte Omín, fue testigo privilegiado de la apertura de abismo sin fondo, como lo nombrarían mucho más adelante los hombres.
—Les he dado las herramientas para que encierren a su hermano en el lugar en donde no pueda hacer más daño a nadie, ni a sí mismo –dijo Mapuam con voz cadenciosa pero firme.
Los hermanos quedaron en silencio, ninguno supo entender esas palabras. Anuak fue el único que se atrevió a hablar:
—Madre, no entiendo lo que has hecho y menos lo que quieres que hagamos.
Mapuam caminó nuevamente alrededor de sus hijos, los miró detenidamente, con su mano les acarició las cabezas dulcemente; en su mirada ya no se percibía enojo, se podía vislumbrar una mirada tierna y maternal. Luego sentándose al frente de todos los invitó a hacer lo mismo.
—Hijos míos –dijo Mapuam con voz  tierna y cálida–. Lo que les he traído, son las herramientas que le servirán para asegurarse que Elem no haga más daño del que ha hecho y no se dañe a sí mismo.
—No entiendo –comentó Anuak.
Sentada en el suelo justo a frente de sus hijos Mapuam les explicó que el trozo de luna que había traído era para que los hombres pudieran defenderse de los quilcos creados por Elem. Con respecto al abismo, ella les explicó que ese iba a ser el lugar en dónde tendrían que encerrar a su hermano mayor cuando lo capturaran. 
—¿¡Por qué no lo haces tú!? –cuestionó visiblemente ofuscada Neferitirs.
Con mirada dulce Mapuam sólo la observó.
—En eso tiene razón. –agregó Anuak, poniéndose de lado de su hermana.
—Yo digo lo mismo –señaló Marlon.
Mapuam acercó su mano a la cabeza de cada uno de sus tres hijos, se las acarició, se acomodó el vestido blanco, impoluto y lumínico entre sus piernas cruzadas y con una mirada maternal les expresó:
—Mi trabajo ha sido terminado. Yo les dí la luz a ustedes para que mantuvieran el equilibrio en mi creación. . .
—Pero. . . –quiso interrumpir Anuak.
—Déjame terminar hijo –dijo Mapuam–. Yo les he dado vida y poderes para que hagan todo lo posible para mantener el orden y la estabilidad en mi creación. . .
—Pero el mayor poder se lo diste a Elem –refunfuñó por lo bajo Neferitirs.
Mapuam la miró y siguió hablando:
—Ella tiene razón. Yo he sido desigual con ustedes, los creé distintos y consideré que debían tener poderes distintos, pero veo que me he equivocado. . .
Ante la muda y pasiva mirada de sus hijos continuó diciendo:
—. . .Estoy dispuesta a darles todo el poder necesario para que hagan que Elem descienda al abismo y deje de hacer sus tropelías.
—¿Y con sus quilcos que hacemos? –preguntó Anuak.
—A los hombres ya les dí las herramientas para que se defiendan.
—No entiendo –dijo Marlon.
—Lo que traje de la luna es un fragmento de ella –aseguró Mapuam–; con esa roca los hombres podrán hacer armas y defenderse de sus ataques. Esa roca tiene el poder de sacarle el hechizo que Elem posó sobre sus creaciones.
—¿Por qué matarlos? –preguntó Anuak–. ¿No se podrían incorporar a lo que ya creaste?
—Anuak, hijo –dijo maternalmente Mapuam–; tu siempre siendo tan compasivo.
—Perdón madre, pero me niego a destruirlos. Ellos ya vieron la luz, que el tiempo diga si merecen estar en tu creación o no.
—¡Pero han sido una abominación creada por Elem! –exclamó Neferitirs.
—Yo creo lo mismo que Anuak –afirmó Marlon.
—¡Hijos, hijos! –interrumpió Mapuam– Veo que has aprendido bien –comentó mirando a los ojos a Anuak, su hijo menor.
—No se si he aprendido o no he aprendido bien –le refutó Anuak, ante la impávida mirada de sus hermanos–; lo único que tengo para decir en este momento es que el que debe pagar con las culpas de todo es Elem. Los demás somos victimas de su rebeldía.
Sus hermanos no podían creer las palabras de Anuak, ellos ni en sus sueños más inverosímiles se hubiesen atrevido a decirle algo así a Mapuam y menos en el tono que él lo dijo. Mapuam con una mezcla de asombro y ternura intentó tomar la palabra pero fue detenida intempestivamente, pero con educación por su hijo menor:
—Lamento decir esto –dijo Anuak mirando a sus hermanos–; y ellos creo que me darán la razón –comentó señalándolos–. Bueno creo que tú no estarás muy de acuerdo –intentó explicar mientras miraba a Neferitirs–. Pero creo que lo que digo es justo –dijo intentando elegir las mejores palabras para dirigirse a su madre–; lo que quiero decir es, ¿por qué no lo encierras tú? Tú tienes el poder para hacerlo sin causar más daño del que se ha causado. Nosotros por ahí lo podremos hacer pero el daño que le haremos a tu creación será bastante más de lo que supones. Él no se va a dejar encerrar así porque sí. Será una batalla campal y muchos saldrán lastimados y habrá mucha más destrucción de la que hay hasta ahora.
El silencio retumbó como un grito entre todos los ahí presentes. Marlon que mucho no había intervenido en la conversación miró azorado a Anuak y a su madre; Neferitirs, que tenía un espíritu mucho más combatido que el resto y a su vez le causaba mucha rabia lo que Elem había conseguido con su hija mayor, también lo miró sorprendida. Su mal genio fue siempre sosegado ante la presencia de Mapuam, pero muy dentro de ella algo le decía que su hermano menor tenía razón. Por su parte Mapuam miró a Anuak, recorrió con su vista a sus demás hijos, escudriñó en sus almas y antes de que digan algo más al respecto les dijo luego de un silencio que les pareció eterno:
—Hijos míos. Anuak tiene algo de razón en lo que dice. Pero yo los he creado para que cumplan su designio y por lo que veo no quieren hacerlo. . .
—Madre. . . –intentó interrumpir Anuak.
—Tú ya has dicho lo que tenías que decir –expresó Mapuam sin ponerse seria–. Ahora hablo yo. Ya he tomado una decisión y espero que se cumpla –dijo con un tono mucho más firme que el de antes–. Yo encerraré a Elem, los quilcos desaparecerán, pues están ligado a su ser por su esencia; no quedarán vestigios de su presencia, él será encerrado en el abismo y tú –dijo señalándolo a Anuak–; serás el Guardián de su Calabozo. Tú serás el responsable de que no salga nunca más de ahí. Si por alguna razón el se escapa serás castigado por desobediencia. . . 
—¡Pero madre!. . . –intentó interrumpir nuevamente Anuak, ante la silenciosa mirada de sus hermanos.
—¡Ya he dicho! Y no se discute más. Vayan cada uno a sus reinos que yo terminaré el trabajo que debieron terminar ustedes –agregó Mapuam en tono severo.
Mientras sus tres hijos se retiraban del lugar, Mapuam detuvo a Anuak y ante la mirada del resto le dijo:
—A partir de ahora en más, te concedo los mismos poderes y los mismos deberes que le concedí a Elem; espero que lo sepas administrar muy bien. Ese es mi obsequio por la valentía que tuviste en decirme las cosas que realmente sentías en tu corazón. Pero si Elem se escapa tú serás castigado.
—Pero madre. . .
—Lo dicho, dicho está.
Los tres hermanos se retiraron y Mapuam se abocó a buscar a su hijo descarriado. Una vez que lo halló, como a un hijo caprichoso lo encerró en el abismo. Los quilcos, creaciones malvadas de Elem, desaparecieron en ese mismo instante y todo en la Tierra de Mapuam comenzó a cobrar el brillo que tenía antes de que ésta se retirara.
Los años se convirtieron en historia y la historia, con el correr de las décadas se convirtió en presente. Todo estaba muy tranquilo en la Tierra de Mapuam, pero lo que nadie sabía era que Elem, previendo que alguna decisión en su contra se iba a pergeñar, tomó sus recaudos. 
Antes de ser encerrado en los abismos Elem consiguió seducir a un rey humano y ante la avaricia de éste último Elem urdió su plan. 
Ese ególatra, engreído, avaro, y misero rey se llamaba, por aquel entonces Hujmaal. Este rey fue tentado con poder absoluto, fue tentado para ser un dios entre los hombres, por Elem; pero a cambio de todo ese poder debía pasar una prueba. La misma consistió en asesinar, primero a su familia y después a su pueblo. Hujmaal jamás dudó y no le tembló el pulso, su avaricia de poder lo cegó y cumplió la orden de Elem sin perder el más mínimo tiempo. Al ver que éste cumplía sus órdenes sin siquiera cuestionarlo, Elem lo premió, no sólo con lo prometido sino también lo adoptó como su hijo y de ahí en adelante Hujmaal se convirtió en Mistra.
Todo ese ardid nadie lo sabía, ya que el reino de Hujmaal se encontraba en un lugar extremadamente remoto y alejado de todo lo conocido. Pero el tiempo transcurrió y el plan urdido por Elem en aquel ancestral tiempo se cumplió.
Mistra convertido en un niño se arrojo a las torrentosas aguas que recorrían los paisajes aledaños al abismo, Anuak al ver eso cayó en la trampa y salió en su rescate; y fue en ese momento, en que descuidó el encierro de Elem, éste aprovechó y se escapó. A Anuak la ira lo cautivó cuando vio en el engaño que había caído, y fue en ese momento que intentó sacarle la vida a Mistra. Éste con ojos de terror pudo sentir la muerte rondando por su cabeza, pero ese intento quedó trunco con la aparición de Mapuam.
—¡Qué haces! –le gritó Mapuam.
—Me ha engañado y ha hecho que Elem se escape –respondió Anuak con ojos inyectados de furia.
—¡Déjalo! –ordenó Mapuam.
—Pero. . .
—¡Ya dije! –recriminó Mapuam.
Y mientras Mistra se escabullía, cuál rata entre los pastizales del monte que se encontraba a orillas de ese torrentoso río, Mapuam cumplió su promesa y convirtió a Anuak en el ser que los hombres, de ahí en adelante conocieron como el Garivao. Anuak triste y abatido se recluyó en el bosque Wokul. Ahí se escondió y por un tiempo nadie, ni sus hermanos supieron de él. Sólo los quilcos y todo lo que tuviera que ver con Elem empezó a padecer su presencia. Mapuam desde ese día no regresó jamás y todo lo que no se debía padecer en su creación se comenzó a padecer.